Real Jardín Botánico de Córdoba

Este cuadro trata uno de los temas más recurrentes en la obra del pintor cordobés Julio Romero de Torres: el mal de amores. La escena que transcurre al fondo, en el escenario de una Córdoba inventada, da la clave para comprender el significado de la pintura. Una mujer suplica a un hombre que no la abandone, y que podría ser el amante de la joven melancólica y ensimismada del primer término, a la que la buenaventura predice, a través de una carta (el cinco de oros), éxito en el amor; en efecto parece que su amado la ha elegido a ella. Las hermosas mujeres cordobesas, de cabellos oscuros, tez morena y atuendos de delicados coloridos, vestidas a la moda popular, son, como en tantas obras del artista, protagonistas, sentadas aquí en el alféizar de una ventana y representadas con un tamaño monumental. Pinceladas largas y lisas componen los efectos de texturas sedosas en las ropas y en la piel. En el fondo, varios lugares y elementos emblemáticos de Córdoba (casa y fuente de la Fuenseca, el Cristo de los Faroles y el palacio del Marqués de la Fuensanta del Valle) se unen en un mismo espacio, creando, como también solía hacer el pintor, una ciudad reconocible pero ficticia, un espacio a la vez real y engañoso. Esa dualidad de significados es otro de los juegos preferidos de Romero de Torres y se trasluce tanto en los escenarios como en las figuras. Pues bien podría también la joven protagonista ser la misma que acaba de perder a su amado en el episodio del fondo, y cuya tristeza le hace ignorar la promesa de buena dicha que le aguarda el porvenir. El pintor repite en varias de sus obras figuras y espacios, o hace variantes sobre los mismos motivos, y los elementos incluidos en esta obra están también en otras pinturas conocidas del artista.

La presencia del paisaje urbano cordobés es una constante en la obra de Julio Romero de Torres. Son perfectamente reconocibles algunos elementos muy singulares de esta geografía urbana: la casa y fuente de la Fuenseca, el Cristo de los Faroles o el palacio Fuensanta del Valle. Todos ellos forman parte de esas estampas que el imaginario público asocia a Córdoba. Pero el artista, en este caso en particular, utiliza un elemento vegetal, tan identificativo para él de su ciudad natal como la silueta de estos elementos urbanos: un pie de naranjo amargo. A pesar de su origen asiático, los cítricos han ganado un protagonismo importante en la economía, el paisaje y la gastronomía de los pueblos mediterráneos, y como vemos aquí, también en el arte.

El naranjo amargo es conocido y cultivado en la cuenca mediterránea desde el siglo X. Traído desde el lejano oriente por viajeros y comerciantes a través de las rutas de la seda y las especias, fue siempre una especie muy valorada como planta medicinal y perfumera, tanto por su abundante y muy aromática floración, como por sus frutos, que se mantienen en el árbol durante largos periodos. Actualmente tiene una amplia distribución por las zonas templadas de todo el mundo. Sin embargo, en Andalucía, ha tomado carta de naturaleza especial, hasta el punto de ser internacionalmente nombrado como ‘Seville orange’, o que el Patio de los Naranjos de la Mezquita Aljama de Córdoba sea una referencia en la tradición jardinera y arquitectónica del Mediterráneo.

En el interior de un tradicional patio sevillano, una pareja de mujeres conversa, quizá en espera de ir a la misa de domingo, como indicarían el misal y la mantilla de una de ellas y su gesto, mirando hacia el exterior, en el que se distingue una torre de iglesia y un grupo de personas que parece dirigirse a ella. Se trata de una mera anécdota cotidiana, un elemento más del rico escenario que el artista ha poblado de plantas y flores y en el que se representa de forma descriptiva, casi a modo de inventario, la arquitectura y decoración de este interior doméstico, con sus jaulas de pájaros, sus azulejerías de Triana y enlosados, rejas, fanales, macetas de cerámica, las sillas ‘chippendale’, una fuente y una arquería de perspectiva forzada, para poder ampliar el espacio abarcado en el lienzo. Además del pormenor y preciosismo en la descripción del lugar, debe reseñarse el tratamiento de la luz matinal, que ilumina los balcones y empieza a colarse en el patio, destacando la gran cantidad de vistosas flores y plantas. Todo ello genera una atmósfera viva y placentera, íntima y atractiva.

Muy próximo a 1920, fecha en que está firmada la obra, se produce un auge económico al que no es ajeno el incremento de comercio que supuso para España la Gran Guerra Europea. Como consecuencia una burguesía emergente quiere ganar prestancia social imitando las tendencias europeas. Los tradicionales patios andaluces sufrirán esta trasformación, y estos espacios, donde se encontraba el pozo, se lavaba y se tenían plantas medicinales y culinarias, se verán reconvertidos a nuevas zonas de confort, rodeadas de plantas exóticas, y en estancia de lucimiento, donde recibir visitas y celebrar reuniones.

Córdoba tiene en sus patios un reflejo de la gente, pueblos y culturas que la han habitado a lo largo de los siglos. Patios romanos, musulmanes, judíos y cristianos… patios tan distintos como diferentes son sus dueños y cuidadores. Los patios son núcleo de la vida de la vivienda, el elemento central de la construcción, concebidos para dar luz y ventilación a la casa, y también el espacio donde viven las plantas, en su mayoría cultivadas en maceta. El saber sobre el manejo y las técnicas de cultivo de las plantas de los patios, junto con los conocimientos sobre su uso, han pasado de generación en generación y constituyen un importante acervo cultural. En los patios de Córdoba se cultivan 300 especies diferentes, que llegan hasta los 500 taxones si contamos los distintos cultivares (variedades cultivadas). Entre ellos se cuentan elementos de flora autóctona más o menos domesticada (mirto, romeros, mentas, hierbabuenas), plantas originarias del mediterráneo oriental (narciso, jacintos, azucenas), americanas (pitas, begonias, dalias) africanas (aloes, sansevieras y, sobre todo, geranios y gitanillas), o del lejano oriente y el Pacífico, como los cítricos, aspidistra y hortensias. La mayoría de las plantas que se cultivan en los patios son resultado de procesos de hibridación y selección dirigidos a conseguir caracteres muy apreciados en jardinería, como el aumento de la vistosidad de las flores, la obtención de plantas con tallos de entrenudos más cortos de hábito tapizante, con hojas de colores variegados, con floración recurrente a lo largo de toda la estación de crecimiento, resistentes a las condiciones de sombra y un largo etcétera de características que las hacen más valoradas como elementos de ornamento.

La Casa-Palacio de La Concepción se edificó en 1865 como residencia de recreo por el matrimonio Jorge Loring y Amalia Heredia, marqueses de Casa-Loring. Construida por el arquitecto alemán August Orth, es una villa de estilo neoclásico situada en lo alto de una pequeña colina desde donde se divisaba casi toda la finca, e incluso la catedral de Málaga y el mar. En ella se celebraron numerosas reuniones, tanto de tipo lúdico como para tratar temas culturales y políticos, donde los marqueses se rodearon de grandes personajes de la época, conocidos aristócratas, políticos y artistas. La mansión se distribuía entorno a un patio central al que daban los salones, la biblioteca, la capilla y la sala de billar, en la planta baja, y los dormitorios en la planta alta. En principio era un patio de tipo colonial adornado al estilo “tangerino” tan de moda a mediados de siglo XIX. Acompañaban a los muebles de mimbre y mesitas de té un conjunto de plantas exóticas como grandes plataneras (‘Musa x paradisiaca’), palmeras de los géneros ‘Phoenix’ y ‘Washingtonia’, trepadoras y otras plantas venidas de países lejanos de clima cálido. La familia Loring disfrutó este espacio hasta 1911, posteriormente la finca fue adquirida por la familia Echevarría-Echevarrieta que la mantuvo hasta 1990. Dicha familia realizó algunas modificaciones en el patio al estilo regionalista, añadiéndole azulejos de estilo sevillano en las paredes, modificando la solería y sustituyendo la diversidad de plantas inicial por unas macetas con claveles. El parecido entre el patio representado por García Rodríguez y el de La Concepción es indiscutible aunque les separan casi medio siglo. Ambos son el centro de una casa de dos plantas, noble en los dos casos, adornada con una fuente central y plantas de origen tropical en macetas de cerámica decoradas. Se complementa el espacio con columnas, azulejos, arcos, puerta, rejas y balconada. En el caso de La Concepción las columnas son de forja, procedentes de la Ferrería Heredia, cómo se puede comprobar en la firma que se observa en sus laterales.

La obra nos muestra una escena cotidiana y popular protagonizada por unas vendedoras de flores que, en una pintoresca callejuela de Sorrento (Italia), comparten confidencias y chismorreos, como indica el título de la obra. El artista se detiene por medio de un tipo de pincelada precisa y preciosista en los detalles de las flores, los atuendos de las mujeres, las texturas de las piedras del suelo y las desconchadas paredes, siguiendo en ello el ejemplo del estilo de Mariano Fortuny. Al mismo tiempo compone una imagen con una profunda perspectiva que guía nuestra mirada hacia el fondo del callejón, para descubrir en nuestro avance más personajes, mujeres y niños concentrados en sus quehaceres, y numerosos detalles del paisaje y la vida de este entorno popular. Aunque la pintura fue realizada probablemente durante alguna estancia del artista en Nápoles, este solía componer sus lienzos en su estudio de Roma, donde se dedicaba, además, a la venta de antigüedades. En este caso, por ejemplo, la joven que comparte el rumor con sus compañeras podría ser una famosa actriz, Vittoria di Lepanto, que con frecuencia fue modelo de los pintores españoles que vivían en la Ciudad Eterna.

Son varios los grupos de plantas que aparecen en este lienzo, relatando las formas en las que el mundo vegetal se imbrica en la cultura cotidiana de los pueblos –Sorrento, en el golfo de Nápoles, en este caso- pero, sin duda, cualquier rincón mediterráneo podría contener los mismos o muy similares elementos humanos y vegetales. Por agruparlos se podrían considerar varios conjuntos coherentes: el que reúne la vendedora a su alrededor, que unido a los tiestos del balcón a la derecha de la calleja, constituyen un interesante elenco de planta ornamental cultivada en maceta; el que integra las plantas de jardín-huerto tras el muro y sobre el oratorio de la pared; y por último, el conjunto de frutas y verduras expuestas para su venta.

Córdoba tiene en sus patios un reflejo de la gente, pueblos y culturas que la han habitado a lo largo de los siglos. Patios romanos, musulmanes, judíos y cristianos… patios tan distintos como diferentes son sus dueños y cuidadores. Los patios son núcleo de la vida de la vivienda, el elemento central de la construcción, concebidos para dar luz y ventilación a la casa, y también el espacio donde viven las plantas, en su mayoría cultivadas en maceta. El saber sobre el manejo y las técnicas de cultivo de las plantas de los patios, junto con los conocimientos sobre su uso, han pasado de generación en generación y constituyen un importante acervo cultural. En los patios de Córdoba se cultivan 300 especies diferentes, que llegan hasta los 500 taxones si contamos los distintos cultivares (variedades cultivadas). Entre ellos se cuentan elementos de flora autóctona más o menos domesticada (mirto, romeros, mentas, hierbabuenas), plantas originarias del mediterráneo oriental (narciso, jacintos, azucenas), americanas (pitas, begonias, dalias) africanas (aloes, sansevieras y, sobre todo, geranios y gitanillas), o del lejano oriente y el Pacífico, como los cítricos, aspidistra y hortensias. La mayoría de las plantas que se cultivan en los patios son resultado de procesos de hibridación y selección dirigidos a conseguir caracteres muy apreciados en jardinería, como el aumento de la vistosidad de las flores, la obtención de plantas con tallos de entrenudos más cortos de hábito tapizante, con hojas de colores variegados, con floración recurrente a lo largo de toda la estación de crecimiento, resistentes a las condiciones de sombra y un largo etcétera de características que las hacen más valoradas como elementos de ornamento.

La zona del bosque de álamos y el olivo centenario es el paraje elegido para representar las obras ‘Invierno en Andalucía’ y ‘Rumores’. En la primera de ellas, el autor Emilio Sánchez-Perrier muestra una alameda en época invernal. El álamo es un árbol de hoja caduca, lo que implica que queda desnudo en los meses fríos del año. La neblina y el color del cielo presentados en la obra potencian la sensación de estar en un periodo desapacible. En algunos troncos, se percibe un incipiente verdín de algas y hongos conocidos desde la perspectiva botánica como líquenes, propios de lugares húmedos, donde viven preferentemente estos árboles. El álamo cuenta con gran valor ornamental, tanto por su tronco blanquecino como por sus hojas plateadas, siendo especialmente atractivo por el delicado sonido que produce al ser movido por el viento. Su porte elegante trasmite una gran belleza al cuadro, tal y como se puede apreciar en esta zona en vivo del Jardín restaurada por los alumnos de una escuela taller en 2012. La existencia de un antiguo túnel con caudal dota al entorno de un mayor frescor. El agua llegaba a una mina que, por el efecto de la gravedad, llenaba un pequeño embalse para el riego de las especies como ruscos, agapantos y zarzamoras que viven en este rincón tan apacible. Desde aquí se accede a las colecciones contiguas de palmeras y vides, y a los cultivos de olivos y de otras plantas de la zona. Es este último espacio ‘Plantas de nuestra tierra’ el elegido para representar la obra ‘Rumores’, del autor José Gallegos y Arnosa, que recoge una gran diversidad de especies vegetales, muchas de ellas propias de nuestro entorno. En una pequeña colina, donde se sitúa una antigua era, se han reunido una gran cantidad de elementos de nuestro paisaje natural y cultural: olivos, almendros, vides, higueras, granados, espartos, piñoneros y encinas. Estas especies representan los principales productos de subsistencia desde hace siglos en estas latitudes. También se representan madroños, robles, coscojas, palmitos, lavandas, romeros, tomillos, adelfas y retamas, plantas que completan esta colección de más de 50 especies distintas. En ella, sobresale un olivo monumental al que se le calculan más de cuatrocientos años de vida y que fue trasplantado desde la localidad de Vélez-Málaga a La Concepción en el año 2001. El olivo conserva como nombre científico la denominación romana ‘Olea’, que significa óleo, aceite.

La representación de temáticas de la vida social moderna y popular madrileña es un tema que Cecilio Pla aborda en varias de sus obras. Aquí se centra en una verbena urbana y en una escena anecdótica, en el breve y gracioso encuentro de una pareja de desconocidos, motivado por el azar, ya que uno de los flecos del mantón de Manila de la risueña moza se ha enganchado en un botón de la chaqueta del elegante joven. Es una obra amable, descriptiva de las diversiones populares y que aborda la sencillez de una escena cotidiana en un entorno festivo, en el que destacan los trajes castizos de la manolas madrileñas (los mantones de Manila y los abanicos), las flores y la ambientación nocturna, con la luz de las guirnaldas de farolillos, que crea un rico efecto impresionista en el fondo del cuadro y una sensación de bullicio ruidoso. Este efecto, el hermoso colorido y la ejecución con pinceladas sueltas son rasgos de la calidad técnica del artista. Aunque contemporánea de las visiones de la noche bohemia parisina pintadas por otros artistas españoles que pasaron por la capital francesa, esta pintura de Cecilio Pla se centra en un universo local más edulcorado y en un costumbrismo más sentimental y popular.

Son solamente dos los elementos vegetales que identificamos en este cuadro: los claveles de primer término y la maceta de albahaca que porta la protagonista femenina. Estas dos plantas son protagonistas de los ornatos festivos más tradicionales, un clavel en el pelo o en la solapa, parecen indicar un momento de lucimiento y diversión. Así mismo existe una extendida tradición que asocia la albahaca a la fiesta y verbenas populares, ‘les alfàbeges’ de Bétera (Valencia), las albahacas de San Lorenzo en Huesca, ‘los manjericos’ de São João de Oporto o de Santo Antonio en Lisboa, son ejemplos notables de esta tradición extendida que une verbena y albahaca. Es frecuente en estas fiestas que amigos, familiares y parejas se regalen mutuamente ramitos o pequeños tiestos con plantitas de albahaca, que se lucen en verbenas y paseos.

En la Escuela Etnobotánica se cultivan plantas de interés variado, como exponente del beneficio que puede obtenerse a partir de ellas. Como las técnicas de cultivo son variadas, pueden observarse ejemplos de algunas de ellas, como las usadas en los cultivos herbáceos extensivos, los cultivos de surcos, lomos y encañados de huertos, así como los de tipo de plantación utilizados en los árboles frutales, vides y olivos, además de diferentes sistemas de poda y de formación de las copas de los árboles. Los cultivos de plantas herbáceas se concentran en las parcelas situadas hacia el norte, donde se diferencian los cultivos extensivos de los intensivos. Aquí se lleva a cabo la rotación de cultivos. De esta forma, se evita que el suelo se agote, se aprovecha mejor el abonado y se controlan con mayor eficacia las enfermedades y las malas hierbas. En las rotaciones se incluye siempre el cultivo de una leguminosa, que se alterna con cultivos que requieran de una importante cantidad de materia orgánica, o con otras menos exigentes o que requieran materia orgánica muy descompuesta. Sería muy largo de enumerar las especies usadas tradicionalmente como remedios para distintos males, para cocinar y también para obtener esencias empleadas en perfumería, cosmética o cuidado corporal. Muchas de estas especies no se encuentran de forma permanente en la colección; sus requerimientos de cultivo, ciclo de vida o su estado vegetativo impiden esta continuidad. En estas especies distinguimos entre: labiadas, como tomillos (‘Thymus’ spp), romero (‘Rosmarinus officinale’), alhucemas y cantuesos (‘Lavanda’ spp), mentas, hierbabuenas y poleos (‘Mentha’ spp), mejoranas y oréganos (‘Origanum’ spp); umbelíferas, como perejil (‘Petroselinum’ spp), hinojo (‘Foeniculum vulgare’), eneldos y anises (‘Anethum’ spp y ‘Pimpinella anisum’); otras especies interesantes aquí cultivadas son el regaliz (‘Glycyrrhiza’ spp) o el azafrán (‘Crocus sativus’).

Este lienzo es pareja de otra obra del mismo artista, ‘Vendedoras de rosquillas en un rincón de Sevilla’, también expuesta en el Museo. Ambas pinturas pertenecen al género costumbrista y se caracterizan por la descripción realista y la minuciosidad en los detalles. Pero si la escena de las vendedoras sucede en plena calle, aquí el escenario es el patio interior de una casa de vecindad sevillana en el que transcurren las labores cotidianas de un grupo de personajes populares: mujeres haciendo la colada y tendiendo la ropa, un hombre reparando calzado, charlas entre vecinos y una niña que observa cómo comen unas gallinas. El espacio, amplio y luminoso, de una sencilla casa tradicional andaluza, encalada de blanco, adquiere gran protagonismo y muestra también un interesante repertorio de plantas y unos cestos y una manta de viaje, aperos de una caballería, dejados quizá por el joven de la escena.

Una de las peculiaridades que más encanto proporcionan a la llamada pintura costumbrista es la capacidad de contar historias que trascienden al contenido estético o técnico que tienen muchas de estas obras. Aquí Wssel de Guimbarda nos enfrenta a una escena familiar y doméstica, muy sencilla, aparentemente poco relevante, pero que en su conjunto contiene multitud de detalles que informan sobre una forma de vivir y de ser. El mundo natural que aparece reflejado en la obra no es en absoluto ajeno a este mensaje. En esta obra Wssel pone especial interés en recoger detalles sobre unas plantas, casi todas cultivadas en tiesto, que solo en una pequeña parte tienen una función ornamental o decorativa. Aquí, en éste ambiente humilde, prima lo práctico y lo útil, aunque siempre hay algún resquicio para concesiones a la belleza.

En la Escuela etnobotánica se cultivan plantas de interés variado, como exponente del beneficio que puede obtenerse a partir de ellas. Como las técnicas de cultivo son variadas, pueden observarse ejemplos de algunas de ellas, como las usadas en los cultivos herbáceos extensivos, los cultivos de surcos, lomos y encañados de huertos, así como los de tipo de plantación utilizados en los árboles frutales, vides y olivos, además de diferentes sistemas de poda y de formación de las copas de los árboles. Los cultivos de plantas herbáceas se concentran en las parcelas situadas hacia el norte, donde se diferencian los cultivos extensivos de los intensivos. Aquí se lleva a cabo la rotación de cultivos. De esta forma, se evita que el suelo se agote, se aprovecha mejor el abonado y se controlan con mayor eficacia las enfermedades y las malas hierbas. En las rotaciones se incluye siempre el cultivo de una leguminosa, que se alterna con cultivos que requieran de una importante cantidad de materia orgánica, o con otras menos exigentes o que requieran materia orgánica muy descompuesta. Sería muy largo de enumerar las especies usadas tradicionalmente como remedios para distintos males, para cocinar y también para obtener esencias empleadas en perfumería, cosmética o cuidado corporal. Muchas de estas especies no se encuentran de forma permanente en la colección; sus requerimientos de cultivo, ciclo de vida o su estado vegetativo impiden esta continuidad. En estas especies distinguimos entre: labiadas, como tomillos (‘Thymus’ spp), romero (‘Rosmarinus officinale’), alhucemas y cantuesos (‘Lavanda’ spp), mentas, hierbabuenas y poleos (‘Mentha’ spp), mejoranas y oréganos (‘Origanum’ spp); umbelíferas, como perejil (‘Petroselinum’ spp), hinojo (‘Foeniculum vulgare’), eneldos y anises (‘Anethum’ spp y ‘Pimpinella anisum’); otras especies interesantes aquí cultivadas son el regaliz (‘Glycyrrhiza’ spp) o el azafrán (‘Crocus sativus’).

Darío de Regoyos debió de pintar este hermoso paisaje durante una breve estancia en Castellón de la Plana, en 1905. Los almendros nos sitúan, en efecto, en el litoral mediterráneo, en un hermoso campo a orillas de un río por el que camina una mujer con una sombrilla roja. Regoyos eligió, como en muchas de sus obras, un punto de vista elevado para mostrar la escena, desde la terraza de una casa próxima. Un camino diagonal dirige nuestra mirada hacia la solitaria figura, hacia los árboles que marcan una primera barrera horizontal y que ocultan una tapia, tras la que unos cipreses parecen anunciar la presencia de un cementerio, y hacia el brazo de tierra en el que vemos, al fondo, varias casas y una chimenea humeante. Estos elementos, representantes de la vida urbana y de la modernización contrastan, como tantas obras del pintor, con la naturaleza que ocupa casi el resto del lienzo, mostrando como el progreso iba transformando el paisaje tradicional del país. La observación y captación de la luz y de los cambiantes y numerosos colores de los objetos bajo ella fue el ‘leitmotiv’ de la pintura de Regoyos, que aquí se sirve de una técnica puntillista para aplicar los efectos cromáticos y atmosféricos y transmitir la intensidad del sol del levante con esta bellísima escena. La obra recuerda a composiciones de su amigo Camille Pissarro, uno de los grandes impresionistas franceses.

Es el color el elemento que nos ha de dar la pauta para poder interpretar los elementos de paisaje vegetal que el artista ha recogido en este lienzo. En la técnica que utilizan los pintores que se encuadran en la corriente impresionista, como Regoyos, queda poco margen a la definición concreta de la forma, más insinuada que definida, pero el modo en que el artista interpreta el ambiente es sin duda inspiradora, y, con algún apoyo en las posibilidades que la flora local ofrece, podremos aportar datos sobre el mundo vegetal que se asoma al lienzo. El título contiene ya uno de los elementos vegetales más claros: los almendros en flor, que al tiempo nos ubican en un momento del año concreto; nos encontramos hacia la mitad del invierno.

En la Escuela Agrícola se cultivan plantas de interés variado, como exponente del beneficio que puede obtenerse a partir de ellas. Debido a que las técnicas de cultivo son variadas, pueden observarse algunos ejemplos, como las usadas en los cultivos herbáceos extensivos, los cultivos de surcos, lomos y encañados de huertos, así como los de tipo de plantación utilizados en los árboles frutales, vides y olivos, además de diferentes sistemas de poda y de formación de las copas de los árboles. Los cultivos de plantas herbáceas se concentran en las parcelas situadas hacia el norte, donde se diferencian los cultivos extensivos de los intensivos. Aquí se lleva a cabo la rotación de cultivos, es decir, la siembra alternativa en un mismo lugar y durante los distintos ciclos de plantas de diferentes familias, con diversas necesidades nutritivas y sistemas radiculares de desigual desarrollo. De esta forma, se evita que el suelo se agote, se aprovecha mejor el abonado y se controlan con mayor eficacia las enfermedades y las malas hierbas. En las rotaciones se incluye siempre el cultivo de una leguminosa, que se alterna con cultivos que requieran de una importante cantidad de materia orgánica, o con otras menos exigentes o que requieran materia orgánica muy descompuesta. El almendro, es árbol pequeño o mediano, de porte irregular, de hojas oblogo-lanceoladas (de forma alargada, más ancha en la mitad y con los lados ligeramente paralelos), borde aserrado y corto peciolo. Tiene flores pentámeras, de corola blanca o sonrosada, que da lugar a frutos en drupa, poco carnosos, envolviendo un endocarpo leñoso, es decir, la parte del fruto que rodea a las semillas, que a su vez encierra una sola semilla grande, rica en grasas y muy valorada en la alimentación humana. Es originario de las montañas del centro de Asia, pero fue extendido en cultivo desde muy antiguo. En el sur de España es especie asilvestrada que con frecuencia escapa al cultivo para dar pies silvestres, los llamados allozos.

Tomando como modelos algunas composiciones de grabados flamencos e italianos de finales del siglo XVI, Abraham Bloemaert sitúa este ‘Descanso en la huida a Egipto’ bajo un gran árbol que da cobijo a la Sagrada Familia y a varios ángeles que adoran al Niño. En el paisaje se puede apreciar el interés del pintor en describir de forma minuciosa los detalles y calidades de las ramas, las hojas y, la corteza del tronco. Y en las figuras, opta por una delicada armonía cromática y una belleza idealizada, de gestos suaves y dulces, atendiendo también a la materialidad de las telas y las texturas de la piel y los cabellos con gran naturalismo. La luz, bastante contrastada, con un foco central para destacar a la Virgen con el Niño, y otro en el rompimiento de gloria sobre el cielo, y el resto de planos y figuras en sombra, es la propia del primer barroco, pues el pintor evolucionó en su estilo desde el manierismo hasta el naturalismo caravaggista, de moda en los primeros años del siglo XVII.

Uno de los elementos que contextualizan esta escena, y ayudan a nuestro entender, a comprender y situar geográficamente la acción, es el gran árbol que cobija a todos los personajes. Este ejemplar tiene especial interés para el análisis de la obra, tanto desde el punto de vista botánico, como de interpretación de la escena.

El Arboretum es una colección viva donde coexisten árboles y arbustos, que se encuentran agrupados por su parentesco, forma o procedencia. Su diseño es diferente al del resto del Real Jardín Botánico, pues domina el valor paisajístico de la masa arbórea, y la distribución de elementos se adapta a las características del terreno. Entre sus elementos se localizan gimnospermas (sagú, gingo, pinos, cipreses y secuoyas); árboles de clima templado (haya, abedul, aliso y roble), árboles de clima mediterráneo (encina, alcornoque y lentisco); palmeras (datilera, canaria y palmito), y otras especies de porte parecido (yucas). En este espacio se localiza la higuera (‘Ficus carica’), representada en el cuadro ‘Descanso en la huida a Egipto’. La higuera se cultiva, tradicionalmente, en la región mediterránea y suroeste de Asia. Es un arbusto o árbol, que en escasas ocasiones alcanza los 10 metros de altura, de hojas caedizas, cuyas flores unisexuales y diminutas se ubican en el interior de una estructura globosa o en forma de pera que, al madurar, se vuelve carnosa y se transforma en el higo. Las brevas, que se forman en los meses de junio y julio, constituyen la primera cosecha, perteneciendo los higos a la segunda cosecha del mismo árbol, algo más tardía. Como curiosidad cabe destacar que esta higuera es el árbol más antiguo del Real Jardín Botánico y se localiza en el mismo lugar desde incluso antes de que se creara este recinto público.

Dedicado a la pintura de paisaje e influido por artistas tan destacados como Carlos de Haes, Martín Rico y Mariano Fortuny y por la Escuela de Barbizon, Emilio Sánchez-Perrier representó en numerosas ocasiones los parajes de la población sevillana de Alcalá de Guadaíra, protagonistas de este hermoso lienzo y de otras obras del Museo. Por ello ha sido considerado el iniciador de la llamada Escuela de Guadaíra. Por medio de una descripción pormenorizada y realista de los árboles, y de una poderosa sugestión atmosférica, el pintor nos traslada a una silenciosa y gris mañana de invierno en un bosque de álamos despojados de sus hojas. La neblina del fondo difumina los límites del bosque y transmite una vívida sensación de frío y humedad al escenario en el que pasta un pequeño rebaño de ovejas, entre la maleza que parece hacer inaccesible el lugar. El artista expuso esta obra en el Salón de París de 1880, en su primer viaje a la capital francesa, donde residiría durante varios años y tuvo notable éxito comercial.

De todos los paisajes boscosos que la naturaleza ofrece en nuestro entorno, quizás sean las alamedas las que presentan una imagen más fácilmente reconocible. Esto se debe a lo abundante y cercanos a los núcleos de población de estas comunidades vegetales, que colonizan fácilmente las zonas inundables de los cauces medios y bajos sobre los ríos del sur de la Península. La firma del autor, referida a Alcalá de Guadaíra, nos ubica en este entorno. En una mirada más detenida sobre la obra, a la sensibilidad de un amante de la naturaleza y del paisaje, nada es gratuito, y se aprecia claramente que el artista quiere proporcionar una imagen exacta, no solo de la vegetación sino también del ambiente que la envuelve. Botánicamente se destacan en la obra dos especies el álamo blanco y la zarzamora.

El Arboretum es una colección viva donde coexisten árboles y arbustos, que se encuentran agrupados por su parentesco, forma o procedencia. Su diseño es diferente al del resto del Real Jardín Botánico, pues domina el valor paisajístico de la masa arbórea, y la distribución de elementos se adapta a las características del terreno. Entre sus elementos se localizan gimnospermas (sagú, gingo, pinos, cipreses y secuoyas); árboles de clima templado (haya, abedul, aliso y roble), árboles de clima mediterráneo (encina, alcornoque y lentisco); palmeras (datilera, canaria y palmito), y otras especies de porte parecido (yucas). El álamo blanco o chopo blanco, es un árbol muy variable en porte, pero de inconfundible corteza blanquecina y lisa. De hojas caducas, diferentes en forma, pero siempre verde oscuro brillantes por el haz y cubiertas de una capa densa de suaves pelos en el envés. Es especie dioica, es decir, con sexos separados en distintos pies, fáciles de diferenciar si se observan sus brotes a la salida del invierno, cuando porta las flores reunidas en amentos – espiguillas colgantes-, pero todavía no están cubiertos de hojas. Crece y prolifera con facilidad sobre suelos frescos, próximos a corrientes de agua, formando parte de sotos y bosques de ribera. También es frecuente verlo en plantaciones artificiales donde se cultiva para aprovechar su madera en carpintería ligera u obtener pasta de papel.

La zona del bosque de álamos y el olivo centenario es el paraje elegido para representar las obras ‘Invierno en Andalucía’ y ‘Rumores’. En la primera de ellas, el autor Emilio Sánchez-Perrier muestra una alameda en época invernal. El álamo es un árbol de hoja caduca, lo que implica que queda desnudo en los meses fríos del año. La neblina y el color del cielo presentados en la obra potencian la sensación de estar en un periodo desapacible. En algunos troncos, se percibe un incipiente verdín de algas y hongos conocidos desde la perspectiva botánica como líquenes, propios de lugares húmedos, donde viven preferentemente estos árboles. El álamo cuenta con gran valor ornamental, tanto por su tronco blanquecino como por sus hojas plateadas, siendo especialmente atractivo por el delicado sonido que produce al ser movido por el viento. Su porte elegante trasmite una gran belleza al cuadro, tal y como se puede apreciar en esta zona en vivo del Jardín restaurada por los alumnos de una escuela taller en 2012. La existencia de un antiguo túnel con caudal dota al entorno de un mayor frescor. El agua llegaba a una mina que, por el efecto de la gravedad, llenaba un pequeño embalse para el riego de las especies como ruscos, agapantos y zarzamoras que viven en este rincón tan apacible. Desde aquí se accede a las colecciones contiguas de palmeras y vides, y a los cultivos de olivos y de otras plantas de la zona. Es este último espacio ‘Plantas de nuestra tierra’ el elegido para representar la obra ‘Rumores’, del autor José Gallegos y Arnosa, que recoge una gran diversidad de especies vegetales, muchas de ellas propias de nuestro entorno. En una pequeña colina, donde se sitúa una antigua era, se han reunido una gran cantidad de elementos de nuestro paisaje natural y cultural: olivos, almendros, vides, higueras, granados, espartos, piñoneros y encinas. Estas especies representan los principales productos de subsistencia desde hace siglos en estas latitudes. También se representan madroños, robles, coscojas, palmitos, lavandas, romeros, tomillos, adelfas y retamas, plantas que completan esta colección de más de 50 especies distintas. En ella, sobresale un olivo monumental al que se le calculan más de cuatrocientos años de vida y que fue trasplantado desde la localidad de Vélez-Málaga a La Concepción en el año 2001. El olivo conserva como nombre científico la denominación romana ‘Olea’, que significa óleo, aceite.