Jardín Botánico-Histórico de Málaga

Del mismo modo que en la obra ‘Patio interior. Sevilla’ del mismo artista, esta pintura ofrece, con minuciosa descripción, un amplio y colorido muestrario de flores y vegetación en un espacio doméstico, en este caso del atrio del convento sevillano de Santa Paula. En él dos mujeres, casi ocultas entre las floridas macetas, conversan en un apacible entorno. Igual que en la obra mencionada, el estudio de la luz de una soleada mañana, que se cuela entre las ramas de la palmera, es protagonista de este lienzo. En cambio, no es el edificio en su condición de célebre monumento sevillano el eje de atención, sino únicamente un rincón tranquilo y ameno, el jardín con su alberca (hoy desaparecida) junto a la casa del guardés, en el que discurre la vida cotidiana. Este tipo de obras de los últimos años de producción del artista tienen un concepto de jardín de los sentidos, cargado de sugerencias y de atractivo popular, y muy definitorio de los patios sevillanos y andaluces, en general.

Una gran diversidad vegetal se contempla en esta obra de García Rodríguez. Destacamos de izquierda a derecha: jazmín, geranios en maceta, a la derecha de la puerta una maceta con tagetes, claveles en tiestos en el frontal de la casa y alrededor de la alberca, oreja de elefante, platanera, un gran árbol casi sin hojas que podría ser un olmo, una palmera datilera, un arbusto de flores amarillas que es una mimosa, otra a su lado que podría ser un celindo y hojas de nenúfares en la alberca. El autor pretende mostrar un paisaje de invierno, ya que el olmo lo presenta sin hojas, la mimosa está en flor y los nenúfares solo presentan algunas de sus hojas. Sin embargo la floración de algunas de las plantas que lo rodean no corresponde a este periodo del año, como el celindo, jazmín, geranios, tagetes y claveles, estos últimos en flor a partir del verano.

La zona elegida para representar este cuadro es una antigua alberca con la colección de plantas acuáticas a la entrada al jardín. Dicha alberca pudo haberse construido antes de la compra de la hacienda por la familia Loring. Su función era la de dar agua a la plantación de limones que la rodeaba. Actualmente está “reconvertida” para el cultivo de especies aclimatadas a sistemas acuáticos y a zonas encharcadas, tales como nenúfares, orejas de elefantes, papiros, lirios de agua, etc. Casualmente, al igual que en el lienzo, encontramos cerca palmeras datileras, ya que es de esta zona desde donde parte el antiguo camino de entrada a la finca, un paseo de datileras (‘Phoenix dactylifera’) alternadas con palmitos elevados (‘Trachicarpus fortunei’) por donde accedían las berlinas y calesas, por el cauce del río Guadalmedina, a la zona noble de la propiedad cuando venían desde la ciudad. Con la adquisición de La Concepción por el Ayuntamiento de Málaga en 1990 este espacio del jardín ha sido modificado. Se puso pavimento sobre el terrizo y se construyó la pérgola, la pequeña fuente al final de la alberca y el kiosco en hierro, que hoy día alberga una colección de plantas insectívoras, bromelias y orquídeas. Dicho proyecto fue realizado por la arquitecta malagueña Miriam Rein. Otras plantas que se pueden contemplar son: ‘Cyperus’, Oreja de elefante, menta acuática, el raro ‘Euryalex’, etc.

Pese a que fue sobre todo retratista, López Mezquita se dedicó a la pintura de paisaje en los inicios de su carrera y de ello es testimonio singular esta interesante obra, una vista de la Granada natal del pintor. El escenario representado es el llamado Embovedado del Darro, una explanada que cubre y oculta unas bóvedas bajo las que transcurre el cauce del río a su paso por la ciudad. Aunque iniciado en tiempos de los Reyes Católicos, será en la segunda mitad del siglo XIX cuando este proyecto llegue a cubrir gran parte del río, finalizándose el embovedado ya en la década de 1940, hasta su desembocadura en el río Genil. La pintura es pues testimonio de un proceso de urbanización de la ciudad, que ganó así espacios para la vida ciudadana y mejoró sus comunicaciones, al dejar de estar separada en dos por el cauce del río Darro. Por el embovedado circulan unos pocos coches de caballos y el paisaje nos muestra, en el fondo, la basílica de Nuestra Señora de las Angustias, un frondoso conjunto de árboles y las cumbres de la sierra, cubiertas de nieve. Aunque sin el tratamiento de los pintores románticos, la vista no deja de recoger la espectacularidad del paisaje granadino, trabajada con una pincelada rápida, que da un aspecto casi inacabado a la obra, y con una especial atención a la luz de un mediodía primaveral que ilumina la ciudad quieta y ensimismada en su tranquila vida cotidiana.

El lienzo se sitúa en Granada, en la Acera del Darro a la altura de la Fuente de las Batallas. Al fondo a la izquierda vemos unos corpulentos árboles, son plátanos de sombra. Los primeros son un grupo de cuatro o cinco de los más grandes que hay en España, y los del paseo, que se observa más al fondo (Carrera de la Virgen), forman lo que se denomina una “alameda”, que significa en jardinería paseo arbolado. Las alamedas de Granada son de las más tempranas plantadas en Andalucía, junto con la de Ronda. En la obra el autor nos muestra el paseo ya consolidado, formando los árboles una pérgola vegetal que proporcionaba frescor y sombra en verano. A la derecha se distingue, al fondo, una alineación de cipreses y en primer término unos pequeños olmos (‘Ulmus minor’) recortados en forma de bola.

Para acceder al Jardín Botánico-Histórico de La Concepción el visitante pasa por un paseo o alameda. Al igual que en el lienzo de López Mezquita, los árboles que forman este paseo son plátanos de sombra, ‘Platanus acerifolia’, que fueron plantados por la familia Loring alrededor de los años sesenta del siglo XIX. Gracias a esta especie La Concepción presenta en otoño una coloración especial que llama la atención pues se puede apreciar desde lejos antes de llegar a la finca. Estos grandes árboles van cambiando su tonalidad de verde a dorado y a naranja oscuro antes de tirar la hoja, contrastando con el resto de la vegetación del jardín. El plátano de sombra es un híbrido de las especies ‘P. occidentalis’ y ‘P. orientalis’, obtenido hacia 1650 en un jardín español, por lo que durante muchos años se ha conocido científicamente como ‘Platanus x hispanica’. El nombre latino, ‘Platanus’, podría proceder de la voz griega ‘platys’ (ancho) por la amplitud de su copa o por sus anchas hojas. Pertenece a la familia Platanáceas y puede llegar a alcanzar de 30 a 35 metros de altura. Tiene un tronco grueso y derecho, con una corteza tricolor (parda, gris, y cremosa) con protuberancias y que se descama en placas. Esta alameda tiene la peculiaridad que sus árboles han crecido inclinados hacia la izquierda, buscando los rayos del sol, y que se plantaron a ambos lados del camino, pero al llegar a la mitad del camino solamente están presentes en el margen derecho. Desde el paseo se puede disfrutar de la vista del Museo Loringiano, proyecto del arquitecto alemán Wilhelm Strack, construido en 1859 al estilo clásico, imitando un templo de estilo dórico, como era costumbre en los jardines de influencia paisajista ingleses, de moda en el siglo XVIII.

Como muchos otros artistas de su época, Moreno Carbonero dedicó varias de sus obras, sobre todo en sus años de formación, a la denominada temática de género (la representación de escenas de la vida cotidiana). En esta pintura, que realizó cuando tenía solo 14 años, se puede ver a una pareja “pelando la pava”, expresión castiza que alude al recatado cortejo de las parejas durante su noviazgo. Se caracterizaba por las interminables conversaciones que los novios mantenían durante largos paseos o, como en este caso, a ambos lados de la reja de la casa de la novia, muralla infranqueable para cualquier intento de escarceo de los amantes, casi siempre vigilados estrechamente por amigos o parientes. La Colección del Museo posee varios ejemplos interesantes sobre el tema. La pincelada, preciosista, fina y precisa, describe todos los elementos con gran minuciosidad y destaca especialmente en los árboles y plantas y en la reja, una espléndida labor de forja antigua que cubre la ventana.

El tema central de esta obra es el rito del cortejo, y toda la composición se dirige a su ensalzamiento. En el lienzo una reja de casa noble está rodeada de plantas. A la derecha destaca una gran platanera (‘Musa x paradisiaca’). Un camino con barandilla y arco de caña lleva hacia el centro de la escena, enmarcada entre jazmines. Acompañan a los personajes unas macetas de barro con rosales y azucenas. Por el aspecto de las plantas parece que nos hallamos a principios de la primavera, los jazmines aún no han florecido pero ya ha salido la primera rosa y una azucena, el elemento vegetal con más simbolismo de la obra. El nombre científico, ‘Lilium candidum’, quiere decir ‘muy blanco’, usando desde siempre como símbolo de pureza y virginidad, y adquiere pleno significado al pie de esta ventana, recalcando la inocencia de la pretendida.

La conocida como ‘Casita del jardinero’ y sus aledaños es una zona de La Concepción llena de encanto. Este pequeño edificio fue construido en el primer cuarto del siglo XX para guardar aperos de labranza y materiales de jardinería. A su lado se encuentra un importante, por su antigüedad y extensión, bosque de bambú negro (‘Phyllostachys nigra’), y una impresionante masa de bambú común (‘Bambusa vulgaris’); ambos cultivados desde mediados del siglo XIX, según consta en el registro fotográfico. Alrededor de la casita se han plantado nuevas especies de bambúes de todos los tamaños, conformando una colección de más de 20 especies distintas. Frente a la casita existían antiguamente una huerta, de la que queda el testimonio por la pervivencia de algunos ejemplares botánicos, como dos aguacates (‘Persea americana’), un níspero (‘Eriobotrya japónica’) y un grupo de plataneras (‘Musa acuminata’). Posteriormente, se han sembrado 2 fantásticos ejemplares de Palmera de abanico mejicana (‘Washingtonia robusta’), una planta africana llamada ‘Polygala myrtifolia’, y algunas flores de la especie ‘Lantana camara’ o banderita española. A poca distancia podemos contemplar los estanques de los lotos, los invernaderos antiguos y la pérgola y alberca de los claveles. En el interior de la pequeña construcción se puede disfrutar una exposición permanente con una recreación de la historia de la familia creadora del jardín realizada con muñecas Barbie. En la misma se reproducen escenas idénticas a fotos antiguas del siglo XIX que nos acercan a la vida en La Concepción en esa época. Es en este entorno donde se realizan parte de las actividades educativas siempre que el tiempo lo permite.

La obra nos muestra una escena cotidiana y popular protagonizada por unas vendedoras de flores que, en una pintoresca callejuela de Sorrento (Italia), comparten confidencias y chismorreos, como indica el título de la obra. El artista se detiene por medio de un tipo de pincelada precisa y preciosista en los detalles de las flores, los atuendos de las mujeres, las texturas de las piedras del suelo y las desconchadas paredes, siguiendo en ello el ejemplo del estilo de Mariano Fortuny. Al mismo tiempo compone una imagen con una profunda perspectiva que guía nuestra mirada hacia el fondo del callejón, para descubrir en nuestro avance más personajes, mujeres y niños concentrados en sus quehaceres, y numerosos detalles del paisaje y la vida de este entorno popular. Aunque la pintura fue realizada probablemente durante alguna estancia del artista en Nápoles, este solía componer sus lienzos en su estudio de Roma, donde se dedicaba, además, a la venta de antigüedades. En este caso, por ejemplo, la joven que comparte el rumor con sus compañeras podría ser una famosa actriz, Vittoria di Lepanto, que con frecuencia fue modelo de los pintores españoles que vivían en la Ciudad Eterna.

Son varios los grupos de plantas que aparecen en este lienzo, relatando las formas en las que el mundo vegetal se imbrica en la cultura cotidiana de los pueblos –Sorrento, en el golfo de Nápoles, en este caso- pero, sin duda, cualquier rincón mediterráneo podría contener los mismos o muy similares elementos humanos y vegetales. Por agruparlos se podrían considerar varios conjuntos coherentes: el que reúne la vendedora a su alrededor, que unido a los tiestos del balcón a la derecha de la calleja, constituyen un interesante elenco de planta ornamental cultivada en maceta; el que integra las plantas de jardín-huerto tras el muro y sobre el oratorio de la pared; y por último, el conjunto de frutas y verduras expuestas para su venta.

La zona del bosque de álamos y el olivo centenario es el paraje elegido para representar las obras ‘Invierno en Andalucía’ y ‘Rumores’. En la primera de ellas, el autor Emilio Sánchez-Perrier muestra una alameda en época invernal. El álamo es un árbol de hoja caduca, lo que implica que queda desnudo en los meses fríos del año. La neblina y el color del cielo presentados en la obra potencian la sensación de estar en un periodo desapacible. En algunos troncos, se percibe un incipiente verdín de algas y hongos conocidos desde la perspectiva botánica como líquenes, propios de lugares húmedos, donde viven preferentemente estos árboles. El álamo cuenta con gran valor ornamental, tanto por su tronco blanquecino como por sus hojas plateadas, siendo especialmente atractivo por el delicado sonido que produce al ser movido por el viento. Su porte elegante trasmite una gran belleza al cuadro, tal y como se puede apreciar en esta zona en vivo del Jardín restaurada por los alumnos de una escuela taller en 2012. La existencia de un antiguo túnel con caudal dota al entorno de un mayor frescor. El agua llegaba a una mina que, por el efecto de la gravedad, llenaba un pequeño embalse para el riego de las especies como ruscos, agapantos y zarzamoras que viven en este rincón tan apacible. Desde aquí se accede a las colecciones contiguas de palmeras y vides, y a los cultivos de olivos y de otras plantas de la zona. Es este último espacio ‘Plantas de nuestra tierra’ el elegido para representar la obra ‘Rumores’, del autor José Gallegos y Arnosa, que recoge una gran diversidad de especies vegetales, muchas de ellas propias de nuestro entorno. En una pequeña colina, donde se sitúa una antigua era, se han reunido una gran cantidad de elementos de nuestro paisaje natural y cultural: olivos, almendros, vides, higueras, granados, espartos, piñoneros y encinas. Estas especies representan los principales productos de subsistencia desde hace siglos en estas latitudes. También se representan madroños, robles, coscojas, palmitos, lavandas, romeros, tomillos, adelfas y retamas, plantas que completan esta colección de más de 50 especies distintas. En ella, sobresale un olivo monumental al que se le calculan más de cuatrocientos años de vida y que fue trasplantado desde la localidad de Vélez-Málaga a La Concepción en el año 2001. El olivo conserva como nombre científico la denominación romana ‘Olea’, que significa óleo, aceite.

Córdoba tiene en sus patios un reflejo de la gente, pueblos y culturas que la han habitado a lo largo de los siglos. Patios romanos, musulmanes, judíos y cristianos… patios tan distintos como diferentes son sus dueños y cuidadores. Los patios son núcleo de la vida de la vivienda, el elemento central de la construcción, concebidos para dar luz y ventilación a la casa, y también el espacio donde viven las plantas, en su mayoría cultivadas en maceta. El saber sobre el manejo y las técnicas de cultivo de las plantas de los patios, junto con los conocimientos sobre su uso, han pasado de generación en generación y constituyen un importante acervo cultural. En los patios de Córdoba se cultivan 300 especies diferentes, que llegan hasta los 500 taxones si contamos los distintos cultivares (variedades cultivadas). Entre ellos se cuentan elementos de flora autóctona más o menos domesticada (mirto, romeros, mentas, hierbabuenas), plantas originarias del mediterráneo oriental (narciso, jacintos, azucenas), americanas (pitas, begonias, dalias) africanas (aloes, sansevieras y, sobre todo, geranios y gitanillas), o del lejano oriente y el Pacífico, como los cítricos, aspidistra y hortensias. La mayoría de las plantas que se cultivan en los patios son resultado de procesos de hibridación y selección dirigidos a conseguir caracteres muy apreciados en jardinería, como el aumento de la vistosidad de las flores, la obtención de plantas con tallos de entrenudos más cortos de hábito tapizante, con hojas de colores variegados, con floración recurrente a lo largo de toda la estación de crecimiento, resistentes a las condiciones de sombra y un largo etcétera de características que las hacen más valoradas como elementos de ornamento.

Dedicado a la pintura de paisaje e influido por artistas tan destacados como Carlos de Haes, Martín Rico y Mariano Fortuny y por la Escuela de Barbizon, Emilio Sánchez-Perrier representó en numerosas ocasiones los parajes de la población sevillana de Alcalá de Guadaíra, protagonistas de este hermoso lienzo y de otras obras del Museo. Por ello ha sido considerado el iniciador de la llamada Escuela de Guadaíra. Por medio de una descripción pormenorizada y realista de los árboles, y de una poderosa sugestión atmosférica, el pintor nos traslada a una silenciosa y gris mañana de invierno en un bosque de álamos despojados de sus hojas. La neblina del fondo difumina los límites del bosque y transmite una vívida sensación de frío y humedad al escenario en el que pasta un pequeño rebaño de ovejas, entre la maleza que parece hacer inaccesible el lugar. El artista expuso esta obra en el Salón de París de 1880, en su primer viaje a la capital francesa, donde residiría durante varios años y tuvo notable éxito comercial.

De todos los paisajes boscosos que la naturaleza ofrece en nuestro entorno, quizás sean las alamedas las que presentan una imagen más fácilmente reconocible. Esto se debe a lo abundante y cercanos a los núcleos de población de estas comunidades vegetales, que colonizan fácilmente las zonas inundables de los cauces medios y bajos sobre los ríos del sur de la Península. La firma del autor, referida a Alcalá de Guadaíra, nos ubica en este entorno. En una mirada más detenida sobre la obra, a la sensibilidad de un amante de la naturaleza y del paisaje, nada es gratuito, y se aprecia claramente que el artista quiere proporcionar una imagen exacta, no solo de la vegetación sino también del ambiente que la envuelve. Botánicamente se destacan en la obra dos especies el álamo blanco y la zarzamora.

La zona del bosque de álamos y el olivo centenario es el paraje elegido para representar las obras ‘Invierno en Andalucía’ y ‘Rumores’. En la primera de ellas, el autor Emilio Sánchez-Perrier muestra una alameda en época invernal. El álamo es un árbol de hoja caduca, lo que implica que queda desnudo en los meses fríos del año. La neblina y el color del cielo presentados en la obra potencian la sensación de estar en un periodo desapacible. En algunos troncos, se percibe un incipiente verdín de algas y hongos conocidos desde la perspectiva botánica como líquenes, propios de lugares húmedos, donde viven preferentemente estos árboles. El álamo cuenta con gran valor ornamental, tanto por su tronco blanquecino como por sus hojas plateadas, siendo especialmente atractivo por el delicado sonido que produce al ser movido por el viento. Su porte elegante trasmite una gran belleza al cuadro, tal y como se puede apreciar en esta zona en vivo del Jardín restaurada por los alumnos de una escuela taller en 2012. La existencia de un antiguo túnel con caudal dota al entorno de un mayor frescor. El agua llegaba a una mina que, por el efecto de la gravedad, llenaba un pequeño embalse para el riego de las especies como ruscos, agapantos y zarzamoras que viven en este rincón tan apacible. Desde aquí se accede a las colecciones contiguas de palmeras y vides, y a los cultivos de olivos y de otras plantas de la zona. Es este último espacio ‘Plantas de nuestra tierra’ el elegido para representar la obra ‘Rumores’, del autor José Gallegos y Arnosa, que recoge una gran diversidad de especies vegetales, muchas de ellas propias de nuestro entorno. En una pequeña colina, donde se sitúa una antigua era, se han reunido una gran cantidad de elementos de nuestro paisaje natural y cultural: olivos, almendros, vides, higueras, granados, espartos, piñoneros y encinas. Estas especies representan los principales productos de subsistencia desde hace siglos en estas latitudes. También se representan madroños, robles, coscojas, palmitos, lavandas, romeros, tomillos, adelfas y retamas, plantas que completan esta colección de más de 50 especies distintas. En ella, sobresale un olivo monumental al que se le calculan más de cuatrocientos años de vida y que fue trasplantado desde la localidad de Vélez-Málaga a La Concepción en el año 2001. El olivo conserva como nombre científico la denominación romana ‘Olea’, que significa óleo, aceite.

El Arboretum es una colección viva donde coexisten árboles y arbustos, que se encuentran agrupados por su parentesco, forma o procedencia. Su diseño es diferente al del resto del Real Jardín Botánico, pues domina el valor paisajístico de la masa arbórea, y la distribución de elementos se adapta a las características del terreno. Entre sus elementos se localizan gimnospermas (sagú, gingo, pinos, cipreses y secuoyas); árboles de clima templado (haya, abedul, aliso y roble), árboles de clima mediterráneo (encina, alcornoque y lentisco); palmeras (datilera, canaria y palmito), y otras especies de porte parecido (yucas). El álamo blanco o chopo blanco, es un árbol muy variable en porte, pero de inconfundible corteza blanquecina y lisa. De hojas caducas, diferentes en forma, pero siempre verde oscuro brillantes por el haz y cubiertas de una capa densa de suaves pelos en el envés. Es especie dioica, es decir, con sexos separados en distintos pies, fáciles de diferenciar si se observan sus brotes a la salida del invierno, cuando porta las flores reunidas en amentos – espiguillas colgantes-, pero todavía no están cubiertos de hojas. Crece y prolifera con facilidad sobre suelos frescos, próximos a corrientes de agua, formando parte de sotos y bosques de ribera. También es frecuente verlo en plantaciones artificiales donde se cultiva para aprovechar su madera en carpintería ligera u obtener pasta de papel.

Aunque son las lavanderas de esta escena, afanadas en sus quehaceres, las que dan título a la obra, en realidad, la protagonista absoluta de la misma es la luz, en su infinidad de matices, tonos e intensidades, que el artista representa con pinceladas sueltas, breves y con mucha pintura, sobre todas las superficies. Esta intensa luz mediterránea organiza la composición, destacando el terreno del primer término, abriendo el paisaje al lado derecho, y dejando en sombra a las figuras en el lavadero bajo un emparrado. La prueba de que las lavanderas no son más que la excusa anecdótica del cuadro la tenemos en que algunas quedan ocultas por las pilastras, y el resto, o están de espalda o de perfil, pero no son retratos individualizados ni ejemplos de tipos populares, pues el artista las ha relegado intencionadamente a un segundo plano. Es la instantaneidad de un fugaz momento lumínico, por tanto, el verdadero asunto de esta escena costumbrista, y en ello reside la modernidad de este destacado pintor.

En esta obra encontramos algunos elementos a destacar, la parra, el lavadero, y el más importante, las lavanderas. En el cuadro el único elemento vegetal a destacar es la parra (‘Vitis vinífera’), que presenta hojas en esta estampa, lo que hace pensar que se puede tratar de un día primaveral, ya que se trata de una especie de hoja caduca, y que en otoño acaba perdiéndolas.

El espacio botánico elegido para el cuadro de Antonio Muñoz Degrain es la zona situada al norte de la finca conocida como colección de vides malagueñas, que se encuentra al final de una magnífica colección de palmeras al aire libre llamada ‘Mapa-mundi de palmeras’ y como antesala de un olivo centenario. En esta obra encontramos un solo ejemplar botánico a destacar, la parra. Se observa que es un día primaveral, ya que esta especie (‘Vitis vinífera’) es de hoja caduca, por lo que en otoño e invierno está sin ellas, mientras que en el lienzo la vemos verde. En La Concepción se creó una parcela donde reunir unas 200 cepas de una veintena de variedades de antiguas vides, que eran cultivadas en diferentes lugares de Málaga antes de la terrible plaga del insecto filoxera y que ahora están en desuso. La Concepción, en colaboración del Consejo Regulador de Denominación de Origen Málaga y Sierras de Málaga, ha realizado un estudio sobre estas antiguas vides malagueñas y las recuperó de diferentes espacios para concentrarlas en una colección que pueda ser conservada como patrimonio cultural de nuestra provincia. La investigación dio como resultado la recuperación de las 20 variedades ya desaparecidas para su cultivo, desarrolladas y conservadas en esta parcela de experimentación. Las variedades preservadas son: Airén, Alicante, Beba, Ciutí, Cojonata, Doradilla, Jaén blanco, Jaén tinto, Moscatel fino, Mollar negro, Pedro Ximenez, Perruna blanca, Perruna negra, Perruno, Piñuela, Plateado, Rome blanco, Rome tinto, Santa Paula y Uva del rey. Frente a esta colección se encuentra el ‘Bosque de álamos’, y posterior a ella la zona de ‘Plantas en nuestra tierra’, dispuesta en una colina donde crecen especies de nuestro paisaje cultural, tales como olivos, higueras, granados, espartos, palmitos, piñoneros y encinas, acompañadas de lavandas, tomillos, romero y adelfas.

La influencia de la pintura de paisaje de los artistas románticos ingleses que viajaron a España a comienzos del siglo XIX fue decisiva para los pintores españoles. A su imitación, las vistas de monumentos, edificios históricos o paisajes singulares proliferaron entre los maestros nacionales. Este fue el caso de Manuel Barrón, máximo representante del paisajismo romántico andaluz, y que realizó numerosas vistas de su Sevilla natal, como la que aquí se comenta. En esta ocasión, nos muestra la ciudad y la vega del río Guadalquivir en la lejanía, pues el primer término lo ocupa una escena costumbrista, con un grupo de personajes populares, ataviados con trajes tradicionales y que disfrutan de una improvisada fiesta con música de guitarra y baile. De esta obra existen varias versiones, pues Barrón, al igual que los pintores románticos, no componían las imágenes directamente del natural, como hará la pintura realista de final de siglo, sino en su estudio, a partir de bocetos y recuerdos, añadiendo, elementos inventados o modificando los escenarios reales, para lograr un efecto más pintoresco, atractivo, espectacular o singular. Como consecuencia de esa reelaboración del paisaje, las composiciones resultan a veces rígidas, lo que aquí sucede al situar como eje central una palmera poco naturalista.

En la parte central del lienzo destaca una palmera, que por su porte y sus hojas consideramos que es una palmera datilera. Además de esta planta, al fondo a la izquierda se encuentran unos cipreses entre las casas de una cortijada, y delante de éstas lo que parece una plantación de olivos. Además el pintor ha plasmado unas vistas sobre parte del río Guadalquivir, que deja ver un conjunto de plantas propias de ribera, entre las que reconocemos un álamo, el resto bien puede tratarse de fresnos, olmos y mimbreras. Al lado de la palmera, protagonista de la escena, y tras la tienda de tela para resguardo de los que participan en la fiesta, reconocemos por su ramaje una frondosa, que bien puede ser una encina.

El espacio seleccionado dentro del Jardín para complementar la obra ‘Fiesta popular en los alrededores de Sevilla’, es la colección de palmeras conocida como ‘Mapa-mundi de palmeras’. Este espacio se ha desarrollado desde el año 2000 con la finalidad de aumentar la diversidad de este grupo de plantas ya existente en el Jardín. La zona ajardinada fue realizada por alumnos y alumnas de la Escuela-Taller de La Concepción y diseñada por el ingeniero agrónomo José Antonio del Cañizo, director y gerente desde 1994 a 2003. Agrupa las especies botánicas por su distribución geográfica originaria. En él se encuentran más de 60 especies, que se distribuyen en un imaginativo mapa del mundo por continentes y que han logrado adaptarse a nuestro clima. Entre los ejemplares que forman la colección destaca una enorme palmera datilera de 7 brazos, ‘Phoenix dactylifera’. Este magnífico ejemplar fue cedido por un particular y traído a La Concepción en un complicado traslado que supuso un importante esfuerzo logístico para su relocalización final, y que ha resultado inmejorable pues no ha sufrido las consecuencias del cambio desde su trasplante. En este espacio también son relevantes la palmera real cubana, ‘Roystonea regia’, de la que hay una larga alineación; la palmera de Bismard o ‘Bismarckia nobilis’, con hojas muy singulares de color gris y varias especies del género ‘Caryota’ conocidas como palmeras de cola de pescado. Al contrario que el ‘Mapa-mundi de palmeras’, la colección de palmeras ya existente del jardín histórico está dispuesta paisajísticamente y de ella se destacan: un ejemplar de ‘Syagrus romanzoffianum’ de 27 metros de altitud, una palmera chilena, ‘Jubaea chilensis’, de 10 metros, enormes grupos de ‘Chamaedorea’ y distintas especies de ‘Livistona’, ‘Sabal’ y otras especies de los géneros ‘Trithrinax’, ‘Brahea’, ‘Trachycarpus’, ‘Phoenix’, ‘Washigtonia’.

Contrapunto y pareja del cuadro ‘Una cofradía pasando por la calle Génova, Sevilla’ –también expuesto en el Museo–, esta obra muestra una animada juerga flamenca de un grupo de gitanos ante el Pabellón de Carlos V, en los Reales Alcázares de Sevilla. Ambos lienzos son ejemplos significativos de la pintura costumbrista desarrollada por Dehodencq en España, y de la visión que sobre Andalucía, y España en general, tuvieron los viajeros románticos extranjeros, limitada a las manifestaciones más típicas de la cultura popular, como la profunda religiosidad y el flamenco, y a determinados tipos humanos, como los gitanos. En las dos pinturas contrastan, así, la alegría festiva del baile, colorista y lúdica, y el recogimiento fervoroso e imponente del paso de la procesión; que eran, para los extranjeros que visitaban el país en el siglo XIX, dos de los tópicos del carácter español. Por otra parte, estas dos pinturas muestran las características más personales del estilo de Dehodencq, en cuyas escenas tienen un protagonismo casi absoluto las figuras monumentales, lo que les resta naturalidad y las hace encajar algo forzadamente en los escenarios, pese a la aguda descripción natural en la caracterización de los tipos humanos.

Obra en la que destacan más los personajes que los elementos vegetales, aun así se puede observar como en la zona izquierda del cuadro vemos un campo de naranjos, que nos da a entender que es una finca agrícola o cortijo con cultivo de cítricos. A la derecha se asoma una rama de un limonero que muestra sus frutos. El óleo pintado por el artista francés Alfred Dehodencq saca a relucir lo más llamativo que, a mediados del siglo XIX, tenía Andalucía para un extranjero, un grupo gitano bailando flamenco rodeados de limones y naranjos, a lo que aún siguen prestando muchísima atención los foráneos que se acercan por el jardín de La Concepción.

Esta pequeña escuela fue construida a principios del siglo XX por la familia Echevarría, segundos propietarios de La Concepción desde 1911. Su finalidad era instruir a los hijos de los empleados de la finca -jardineros, cocineros, doncellas, labriegos, guardas- que vivían en la propia finca o en los cortijos cercanos. Delante de esta construcción están algunos de los cítricos de la colección que existe en el jardín, ya que La Concepción siempre ha sido finca agrícola y sus limones se exportaban fuera de España. La producción se basa en variedades autóctonas, principalmente el Verna y el Fino. Una pequeña proporción corresponde a la variedad Real, que en la actualidad está en regresión y tiene cierto interés en la zona de Málaga, donde se la conoce como ‘limón cascarúo’, tan típico de la zona sobre todo en Semana Santa. La Concepción tenía su propio distintivo, un logo que estampaban en papeles de seda para envolver cada fruto. La Escuelita fue restaurada en 1998 por el arquitecto Ciro de la Torre y actualmente se utiliza para realizar actividades con los escolares. Cercana a ella se encuentra la ruta de la ‘Vuelta al mundo en 80 árboles’ y el ‘Mapa-mundi de palmeras’.

En el interior de un tradicional patio sevillano, una pareja de mujeres conversa, quizá en espera de ir a la misa de domingo, como indicarían el misal y la mantilla de una de ellas y su gesto, mirando hacia el exterior, en el que se distingue una torre de iglesia y un grupo de personas que parece dirigirse a ella. Se trata de una mera anécdota cotidiana, un elemento más del rico escenario que el artista ha poblado de plantas y flores y en el que se representa de forma descriptiva, casi a modo de inventario, la arquitectura y decoración de este interior doméstico, con sus jaulas de pájaros, sus azulejerías de Triana y enlosados, rejas, fanales, macetas de cerámica, las sillas ‘chippendale’, una fuente y una arquería de perspectiva forzada, para poder ampliar el espacio abarcado en el lienzo. Además del pormenor y preciosismo en la descripción del lugar, debe reseñarse el tratamiento de la luz matinal, que ilumina los balcones y empieza a colarse en el patio, destacando la gran cantidad de vistosas flores y plantas. Todo ello genera una atmósfera viva y placentera, íntima y atractiva.

Muy próximo a 1920, fecha en que está firmada la obra, se produce un auge económico al que no es ajeno el incremento de comercio que supuso para España la Gran Guerra Europea. Como consecuencia una burguesía emergente quiere ganar prestancia social imitando las tendencias europeas. Los tradicionales patios andaluces sufrirán esta trasformación, y estos espacios, donde se encontraba el pozo, se lavaba y se tenían plantas medicinales y culinarias, se verán reconvertidos a nuevas zonas de confort, rodeadas de plantas exóticas, y en estancia de lucimiento, donde recibir visitas y celebrar reuniones.

La Casa-Palacio de La Concepción se edificó en 1865 como residencia de recreo por el matrimonio Jorge Loring y Amalia Heredia, marqueses de Casa-Loring. Construida por el arquitecto alemán August Orth, es una villa de estilo neoclásico situada en lo alto de una pequeña colina desde donde se divisaba casi toda la finca, e incluso la catedral de Málaga y el mar. En ella se celebraron numerosas reuniones, tanto de tipo lúdico como para tratar temas culturales y políticos, donde los marqueses se rodearon de grandes personajes de la época, conocidos aristócratas, políticos y artistas. La mansión se distribuía entorno a un patio central al que daban los salones, la biblioteca, la capilla y la sala de billar, en la planta baja, y los dormitorios en la planta alta. En principio era un patio de tipo colonial adornado al estilo “tangerino” tan de moda a mediados de siglo XIX. Acompañaban a los muebles de mimbre y mesitas de té un conjunto de plantas exóticas como grandes plataneras (‘Musa x paradisiaca’), palmeras de los géneros ‘Phoenix’ y ‘Washingtonia’, trepadoras y otras plantas venidas de países lejanos de clima cálido. La familia Loring disfrutó este espacio hasta 1911, posteriormente la finca fue adquirida por la familia Echevarría-Echevarrieta que la mantuvo hasta 1990. Dicha familia realizó algunas modificaciones en el patio al estilo regionalista, añadiéndole azulejos de estilo sevillano en las paredes, modificando la solería y sustituyendo la diversidad de plantas inicial por unas macetas con claveles. El parecido entre el patio representado por García Rodríguez y el de La Concepción es indiscutible aunque les separan casi medio siglo. Ambos son el centro de una casa de dos plantas, noble en los dos casos, adornada con una fuente central y plantas de origen tropical en macetas de cerámica decoradas. Se complementa el espacio con columnas, azulejos, arcos, puerta, rejas y balconada. En el caso de La Concepción las columnas son de forja, procedentes de la Ferrería Heredia, cómo se puede comprobar en la firma que se observa en sus laterales.

Córdoba tiene en sus patios un reflejo de la gente, pueblos y culturas que la han habitado a lo largo de los siglos. Patios romanos, musulmanes, judíos y cristianos… patios tan distintos como diferentes son sus dueños y cuidadores. Los patios son núcleo de la vida de la vivienda, el elemento central de la construcción, concebidos para dar luz y ventilación a la casa, y también el espacio donde viven las plantas, en su mayoría cultivadas en maceta. El saber sobre el manejo y las técnicas de cultivo de las plantas de los patios, junto con los conocimientos sobre su uso, han pasado de generación en generación y constituyen un importante acervo cultural. En los patios de Córdoba se cultivan 300 especies diferentes, que llegan hasta los 500 taxones si contamos los distintos cultivares (variedades cultivadas). Entre ellos se cuentan elementos de flora autóctona más o menos domesticada (mirto, romeros, mentas, hierbabuenas), plantas originarias del mediterráneo oriental (narciso, jacintos, azucenas), americanas (pitas, begonias, dalias) africanas (aloes, sansevieras y, sobre todo, geranios y gitanillas), o del lejano oriente y el Pacífico, como los cítricos, aspidistra y hortensias. La mayoría de las plantas que se cultivan en los patios son resultado de procesos de hibridación y selección dirigidos a conseguir caracteres muy apreciados en jardinería, como el aumento de la vistosidad de las flores, la obtención de plantas con tallos de entrenudos más cortos de hábito tapizante, con hojas de colores variegados, con floración recurrente a lo largo de toda la estación de crecimiento, resistentes a las condiciones de sombra y un largo etcétera de características que las hacen más valoradas como elementos de ornamento.

Benlliure pintó esta obra en Roma, donde residió la mayor parte de su vida, y siguiendo el estilo de moda entre la clientela de arte europea en la década de los ochenta del siglo XIX: el preciosismo de Mariano Fortuny, patente aquí en los numerosísimos objetos que pueblan la escena dotándola de una complejidad y riqueza colorista, de texturas y detalles tratados con una pincelada minuciosa, atenta a los más mínimos matices. Es un lienzo muy interesante, por esa infinidad de pormenores, pero también porque es una escena inventada, en la que se acumulan elementos de lo más variopinto, bajo la apariencia de un episodio costumbrista realista. Representa un mercado de venta de flores en la explanada del Jardín del Real de Valencia, cuya protagonista principal, a la derecha, viste un típico traje valenciano. Al fondo de la escena se pueden apreciar algunos de los edificios más singulares de la ciudad, visibles desde este lugar. Pero no es una obra pintada del natural, sino fruto de la imaginación del pintor. Así, hay elementos muy curiosos, como la balaustrada que sirve de puesto a la primera vendedora, el muestrario de jarrones de distintos materiales y estilos, niñas vestidas con trajes de campesinas romanas, como solían representarlas los pintores extranjeros que vivían en Roma, y otros personajes con atuendos de los siglos XVIII y XIX. Falta pues de verismo en la representación, pero riqueza técnica y visual para componer una imagen que los coleccionistas internacionales podían interpretar como típicamente española, pese a su eclecticismo.

Benlliure pinta una animada venta de plantas bajo el cielo valenciano. El plátano de sombra cubre con sus ramas una escena muy rica botánicamente, con numerosas especies representadas. En el último cuarto del siglo XIX, fecha en que se realizó esta pintura, Valencia contaba con una flora exótica muy amplia y diversa, existiendo nombrados viveros que editaban catálogos con multitud de plantas distintas. De hecho la prensa de la época refería que los propietarios de estos establecimientos visitaban los mejores jardines botánicos de Europa para comprar estos vegetales. En la obra aparecen dos árboles que se distinguen claramente, el plátano de sombra y un naranjo tras la verja, las plantas de flor están pintadas con gran detalle, entre ellas rosas, claveles y euforbias, además reconocemos la hiedra y unos canastos con uvas.

La zona escogida para el cuadro de Benlliure ‘Mercado de flores’ forma parte de la ampliación del jardín realizado por la familia Echevarría-Echevarrieta, segunda propietaria de la hacienda y que extendió el jardín con igual criterio que la familia Loring, haciendo cuadros vegetales ajustados a la inclinación del terreno y con ejemplares botánicos aislados surgiendo de la pradera. Entre las zonas que construyeron está esta que ahora nos ocupa, un espacio cercano a la fuente de la ninfa y donde se pueden disfrutar numerosas especies singulares, palmeras livistonas y ejemplares de ‘Phoenix roebelenii’, enormes araucarias y ficus, y dos de las especies que aparecen en el lienzo, hiedra y rosas. La hiedra es un importante elemento en la estética de toda La Concepción, en origen los cuadros vegetales estaban cubiertos de césped, o como refiere una obra de horticultura de mediados del siglo XIX: “alfombra de hierba menuda y fina con que se embellecen las praderas o el arte de los jardines apaisados”. Posteriormente, al ir creciendo los árboles y reproduciéndose numerosas palmeras y arbustos, el Jardín se fue tornando más sombrío, por lo que no podían crecer las hierbas para formar las praderas y fue sustituido por hiedra, más apta para zonas sombreadas. En el jardín Echevarría encontramos rosas por numerosos sitios que, junto a la dama de noche y los jazmines, procuran que pueda apreciarse un grato olor a flores mientras se pasea.

Pintada por el artista en Múnich, después de uno de sus viajes a España, esta obra muestra una panorámica irreal de la costa oeste de Andalucía desde la playa de Estepona (Málaga), en la que se puede incluso divisar con nitidez el muy lejano Peñón de Gibraltar. El interés contemporáneo por este lugar determinó que Bamberger lo incluyera en muchas de sus pinturas, seguramente porque así se lo pedían sus clientes. Siguiendo los postulados de la pintura romántica de paisaje, el artista no hace una descripción topográfica sino que transforma la realidad para lograr un efecto más sobrecogedor, por la monumentalidad, amplitud y profundidad de un espacio en el que, además, se reúnen playa, montaña, dunas, marismas y acantilados, casi a modo de muestrario topográfico. El efecto es pues el de un inmenso paisaje natural, salvaje y primigenio, no intervenido por el hombre, y de una gran belleza, a la que contribuye la luz dorada del atardecer que baña la composición, creando una imagen cargada de sugerencias.

En este paisaje de Fritz Bamberger, ‘Playa de Estepona’, se observa perfectamente que el elemento a destacar es el pino piñonero (‘Pinus pinea’), especie autóctona del mediterráneo y que se extiende por los suelos costeros arenosos, por lo cual se utiliza en la fijación de dunas. Aparecen en el cuadro tres grandes ejemplares casi en línea, en el centro de la obra, y algunos bosques situados sobre las colinas y al fondo a la derecha del lienzo. Se observa también otras especies que se dan bien en este tipo de ecosistemas de la costa, como es el enebro, ligeramente inclinado a la derecha de los pinos, los agaves, de color azul grisáceo, situados en primer plano, a la derecha del camino; y unas plantas propias de zonas salobres que se encuentran alrededor de una pequeña charca, de las que distinguimos tan solo los juncos. A la derecha del lienzo se ven unos pequeños árboles que no podemos definir, pues bien pueden ser coscojas o acebuches.

La zona seleccionada del jardín de La Concepción que combina con el lienzo pintado por Bamberger es al final del espacio conocido como “la ría y cascada de la ninfa”, donde se encuentra una de las plantas que plasma el autor en su obra. El jardín de la ninfa fue construido por la familia Echevarría-Echevarrieta, segunda propietaria de la hacienda La Concepción, entre 1912 y 1914. Se trata de un lugar cuya composición se articula desde una fuente localizada en la zona superior y realizada en grutesco, desde donde parte una cascada que lleva el agua a una larga ría, en cuya cabecera se asienta una escultura de mujer con cántaro conocida por la ninfa, del escultor vasco Francisco Durrio. Es en esta zona donde encontramos la principal especie vegetal representada en la obra, un pino piñonero, ‘Pinus pinea’. Cerca del enorme ejemplar existen otros dos árboles de gran porte, un ciprés y un eucalipto, todo ellos de más de 150 años, que probablemente se plantaron entre 1865 y 1880.

Da título a esta obra la malagueña fuente de Reding, referente, en su origen, de un programa de modernización de las infraestructuras del este de la ciudad en el siglo XVII. Se encontraba en el llamado camino de Vélez, que daba acceso a la ciudad, y en ella transcurrían diariamente escenas cotidianas y populares, como el aprovisionamiento de agua que refleja el pintor. En el siglo XIX el entorno se convirtió en área residencial de la burguesía y símbolo de prosperidad y modernidad. La fuente fue representada por varios pintores malagueños, en el contexto de escenas costumbristas como la que aquí se puede ver. En esta ocasión, los protagonistas del lienzo son el camino de Vélez, una carreta y un jinete a lomos de un burro que por él transitan, y una aguadora que acaba de llenar su cántaro. Es una interesante obra, en la que, siguiendo las convenciones del género costumbrista, el artista se detiene en la descripción de los tipos humanos y en la representación detallada de todos los elementos, utilizando, asimismo, un colorido brillante y luminoso.

En este cuadro aparece el actual Paseo de Reding, antiguamente conocido como el camino de Vélez, acceso a la ciudad de Málaga por el este y donde, hasta mediados del siglo XIX lo que existían eran cantinas para apagar la sed y el hambre del viajero, por ello la fuente adquiere una importancia vital. Es el único elemento del cuadro que llegó hasta nuestros días. Las plantas que la rodean son muy habituales de tierras andaluzas, duras especies sudamericanas que se usaban para marcar la linde de las fincas y para el cultivo de la cochinilla, nos referimos al agave y a la chumbera. Sobre la fuente el autor muestra un jardín, se trata de la casa de los Giró, donde se distinguen un jazmín, una malvarrosa y diversos árboles entre ellos un ciprés, un olmo y una platanera.

El Jardín Botánico-Histórico de La Concepción linda con una zona en la que se encontraba una plantación antigua de almendros, algunos de ellos muy deteriorados. La zona tiene una gran insolación así que se pensó que era el lugar idóneo para albergar una colección de plantas suculentas. El terreno presentaba cierta inclinación y lo primero que se hizo fue reestructurarlo creando grandes zonas delimitadas por muros de piedras para albergar la colección de cactáceas y plantas afines. En una extensión de unos 3.000 metros cuadrados se han plantado más de 900 ejemplares de unas 450 especies. Los ejemplares provienen de varias fuentes: intercambios, viveros, y cesiones de coleccionistas privados, quiénes nos ha proporcionado algunas de las pequeñas rarezas que se pueden observar. Las plantas se han distribuido agrupándose por géneros. Así, en esta colección se reúne una gran riqueza de géneros y familias, así como de formas, tamaños y adaptaciones al medio en el que viven. Desde los espectaculares ‘Pachypodium’ y ‘Bombax’ que engordan sus tallos, los entrañables baobabs y hasta los diminutos ‘Sedum’ y ‘Lithops’ que se asemejan a pequeñas piedras. Así, de entre las plantas que podemos observar se encuentran tres especies que aparecen en el cuadro de Gómez Gil, los agaves (pitas) y opuntias o chumberas, en dicha colección de suculentas, y el ciprés, que se dispone en alineación por todo el camino de subida.

Iturrino tomó del pintor impresionista Paul Cézanne el asunto de las grandes bañistas tratadas con un planteamiento escultórico. Aunque quizá la influencia más determinante en la obra de Iturrino sea la de su amigo Henri Matisse, el principal representante del fauvismo. Este movimiento artístico abogaba por la utilización libre y expresiva del color, por una pintura que mostrase la alegría de vivir. Y esa manera de pintar, buscando la luz de Andalucía, la armonía de colores y con una mirada desinhibida hacia el desnudo, es lo que apreciamos en esta provocativa obra y en otras semejantes. En 1908, Iturrino y Matisse compartieron estudio en Sevilla. De aquel momento es producto esta pintura. Fue expuesta en París, en 1911, en el Salón de Otoño, donde Iturrino ocupó con 28 obras un espacio principal. El cuadro procede de la colección del galerista Ambroise Vollard, marchante de Iturrino y de algunos de los más grandes genios de la pintura moderna, como Cézanne, Renoir, Derain, Matisse, Gauguin, Van Gogh o Picasso; de hecho fue quien organizó en 1901 la primera exposición del malagueño en París. En sus escenas con grupos de mujeres, como esta, el pintor repite varias veces la misma composición, aunque desde perspectivas distintas, con otra mirada u otra luz. Sus obras muestran figuras, pero también sensaciones por medio de la luz, el color, el movimiento del baile, la atmósfera al aire libre, bajo la luz brillante e intensa del sur.

Es difícil distinguir en esta obra las plantas que con su trazo quiso reflejar Iturrino, se aprecian unas macetas alrededor de la alberca que son probablemente geranios, y un ramo de flores blancas a los pies de una de las mujeres que aparecen medio desnudas en la obra. Nuestro interés en poner este lienzo es más que por la relevancia botánica, por la singularidad del hecho que este autor estuviera muy vinculado a La Concepción en una época de su vida. Y que existan numerosos cuadros de rincones del jardín pintados por él, los cuales nos han permitido datar la construcción de las zonas realizadas por los Echevarría, como el jardín de la ninfa, o visualizar como se encontraban otras partes en esa época, como los alrededores del estanque del tritón, frente a la Casa-Palacio.

Para la obra de Francisco Iturrino ‘El Baño’ se ha seleccionado una zona muy emblemática de La Concepción, el Mirador Histórico, ya que fue construido por la segunda familia propietaria de la hacienda, los Echevarría-Echevarrieta, quienes tenían una gran amistad con el autor de este lienzo, por lo que el pintor realizó numerosos cuadros en este jardín histórico entre 1913 y 1916. La zona que nos ocupa se caracteriza por tener un belvedere de estilo regionalista, sostenido por columnas, con cúpula en escamas vidriadas en dos colores y solería con dibujo en forma de estrella. Este tipo de construcción estuvo de moda en los jardines entre finales del siglo XIX y el primer cuarto del XX. El templete de La Concepción se refleja en las tranquilas aguas de una alberca que está a su espalda, y que se asemeja en gran medida a la presentada por Iturrino en su obra. Bolas de mirto acompañan todo el borde de aljibe, que en origen estaban formando un seto y ahora se mantienen redondeadas mediante recorte. En su ladera izquierda se habían cultivado vides y almendros, de los que quedan todavía algunos ejemplares. Las vistas del enclave eran en sus inicios privilegiadas. Desde la pequeña colina se veían las huertas y haciendas que precedían a la ciudad de Málaga en su parte norte, ahora ese espacio lo ocupan las carreteras y las edificaciones. Sin embargo, se sigue viendo el mar, el castillo y la fortaleza de Gibralfaro, la hacienda de San José (propiedad de los hermanos de San Juan de Dios que posee un jardín histórico de la misma época que La Concepción) y parte del Parque Natural de los Montes de Málaga. Desde aquí se puede acceder a la ruta de los miradores y a la ruta forestal.