La hipótesis de la variolización: el uso universal de mascarillas podría hacer más leve la COVID-19
La utilización generalizada de cubrebocas parece limitar la cantidad de partículas de virus que llegan a su portador, lo que podría reducir la gravedad de la enfermedad y la tasa de nuevos contagios. La idea, aún no confirmada, se basa en una técnica de profilaxis utilizada con la viruela antes del descubrimiento de las vacunas.
Fuente: Agencia SINC
Desde marzo, las mascarillas se han incorporado a nuestra rutina diaria. Su uso en población general puede servir como un medio de control de la fuente de infección al reducir la propagación en la comunidad, ya que se limita la excreción de gotas respiratorias de individuos infectados que aún no han desarrollado síntomas o que permanecen asintomáticos.
Eso sí, la utilización debe considerarse solo “como una medida complementaria y nunca como reemplazo de las medidas preventivas de distanciamiento físico, higiene de manos, etiqueta respiratoria y evitar tocarse la cara, la nariz, los ojos y la boca”, afirman desde el Ministerio de Sanidad.
Esta semana, la revista The New England Journal of Medicine ha publicado un nuevo análisis de Monica Gandhi y George W. Rutherford con una hipótesis atractiva: el uso de mascarillas a escala global podría estar creando inmunidad frente a la infección por coronavirus. Además, podría hacer que las infecciones fueren más leves y hubiese mayor proporción de asintomáticos.
“Si el inóculo viral es importante para determinar la gravedad de la infección por el SARS-CoV-2, una razón para usar máscaras faciales sería reducir la carga a la que se expone el portador y el consiguiente impacto clínico de la enfermedad”, exponen.
Para los autores, dado que las mascarillas pueden filtrar algunas gotitas que contienen virus, su uso podría reducir la dosis que inhala una persona expuesta: “Si esta teoría se reafirmara, la utilización en toda la población podría contribuir a aumentar la proporción de infecciones asintomáticas”.
Variolizados
La hipótesis de Gandhi y Rutherford se relaciona con el concepto de variolización, que fue el método utilizado —antes de que Edward Jenner inventara la vacuna— para inmunizar contra la viruela con material tomado de un paciente con la esperanza de que después se produjera una infección leve, pero ‘protectora’.
Si se confirmara, el uso mundial de mascarilla podría convertirse en una forma de variolización que generaría cierta inmunidad y frenaría la propagación del virus a la espera de una vacuna. Eso sí, Gandhi y Rutherford quieren dejar claro que, por el momento, se trata solo de una hipótesis.
“Necesitaríamos más estudios que comparasen la tasa de infección asintomática en zonas con y sin uso de mascarilla general, pero no podemos forzar esta investigación ya que sería poco ético. Solo podemos recoger observaciones que respaldan la teoría”, explican a SINC.
Diversas pruebas virológicas y epidemiológicas apoyan que las mascarillas pueden reducir la gravedad de la enfermedad y aumentar la proporción de infección asintomática. La necesidad de mascarilla se hizo evidente cuando empezaron a publicarse informes en los que se describían las elevadas tasas de propagación del SARS-CoV-2 por la nariz y la boca de los pacientes presintomáticos o asintomáticos, tasas de propagación equivalentes a las de las personas con síntomas.
Estudios anteriores relacionados con otros virus respiratorios revelan que el uso de mascarillas también puede proteger al portador de la infección, al impedir que las partículas virales entren en la nariz y la boca. “A medida que el SARS-CoV-2 continúa su propagación, es posible que uno de los pilares de la lucha contra la pandemia de covid-19 —el uso de mascarillas— pueda ayudar a reducir la gravedad de la enfermedad y garantizar que una mayor proporción de las nuevas infecciones sean asintomáticas”, sostienen los autores.
De la misma forma, en un brote ocurrido en marzo en un crucero argentino —en el que se proporcionaron a los pasajeros mascarillas quirúrgicas y al personal mascarillas N95— la tasa de infección asintomática fue del 81 % (en comparación con apenas el 20 % de anteriores brotes en cruceros donde aún no se conocía la importancia de los cubrebocas).
Además, el pasado julio se publicó otra investigación, en la que también participó Gandhi, que indicaba cómo el uso de estas máscaras puede reducir la gravedad de la enfermedad entre las personas que se infectan: “Las infecciones asintomáticas pueden ser perjudiciales para la propagación, pero en realidad podrían ser beneficiosas si conducen a mayores tasas de exposición”.
“Y exponer a la sociedad al SARS-CoV-2 —pero sin las consecuencias inaceptables de una enfermedad grave— con máscaras protectoras podría conducir a una mayor inmunidad a escala comunitaria y a una propagación más lenta mientras se espera una vacuna”, decían entonces los investigadores del trabajo anterior.
Inmunizar no es solo prevenir la infección
A pesar de las preocupaciones relativas a la seguridad, la distribución mundial y la absorción, hay grandes esperanzas de que se produzca una vacuna eficaz contra el SARS-CoV-2. No obstante, la esperanza en materia de inmunización no se reduce a la prevención de las infecciones: la mayoría de los ensayos incluyen un resultado secundario de disminución de la gravedad, ya que el aumento de casos en que la enfermedad es leve o asintomática sería igualmente una victoria para la salud pública.
El pasado agosto, otro estudio mostró datos prometedores que sugieren que incluso tras covid-19 de forma leve o asintomática se produce una fuerte inmunidad celular, por lo que cualquier estrategia que pueda reducir la gravedad de la enfermedad debería aumentar también la inmunidad de toda la población.
“La lucha contra la pandemia implicará reducir tanto las tasas de transmisión como la gravedad de la enfermedad. Y cada vez hay más pruebas que indican que el uso de mascarilla en toda la población podría beneficiar a ambos componentes de la respuesta”, concluyen Gandhi y Rutherford.
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