¿Cuándo habrá una vacuna contra la COVID-19 para la infancia?
Hay ya más de 190 proyectos de vacuna contra el coronavirus en el mundo, pero nadie está aún desarrollando una inmunización para niños. ¿Cuáles son las razones? Dos científicas del CSIC, Matilde Cañelles López y Mercedes Jiménez Sarmiento repasan las principales hipótesis.
Fuente: Agencia SINC
En los últimos meses, las noticias sobre vacunas han acaparado los titulares y las pantallas. Todos estamos pendientes de los avances de las 193 vacunas, 42 de ellas en fase clínica, que se están desarrollando contra covid-19 en el mundo, utilizando distintas tecnologías, según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Incluso el presidente de EE UU, Donald Trump, especula con poder aprobar la producción de alguna de ellas antes de las elecciones estadounidenses de noviembre.
Sin embargo, como alertaba recientemente un artículo en The New York Times, ninguna de las primeras vacunas se va a poder administrar de momento a niños.
¿En qué son diferentes los niños?
Las razones detrás de esta realidad, que puede parecer injusta a primera vista, son de dos tipos: biológicas y coyunturales. En el aspecto biológico, hay que tener en cuenta que el ser humano es uno de los mamíferos que nace más ‘inmaduro’. Esto quiere decir que algunos de nuestros órganos están todavía poco desarrollados cuando nacemos. Y entre los menos desarrollados se encuentra el timo, un pequeño órgano responsable de la producción de buena parte de las células del sistema inmunitario.
Como resultado, el niño permanece meses dependiente de las células inmunitarias y anticuerpos que la madre le pasa con la leche. Y desde que el niño ya no toma leche materna hasta que tiene sus defensas desarrolladas, estas funcionan de modo muy distinto a un adulto. Solo cuando alcanza entre 10 y 12 años se puede decir que su sistema inmunitario está completamente desarrollado.
Es por eso a los niños no se les pueden administrar las vacunas en el mismo formato que a los adultos. En primer lugar, las dosis son distintas, a veces menores (como la de la hepatitis B) y otras mayores (como la de la tosferina).
Además, sus pulmones son más pequeños, lo que podría hacer que cualquier efecto secundario inflamatorio fuera mucho más peligroso. Y, finalmente, por las características del sistema inmunitario infantil, suele ser más eficiente una vacuna nasal –como las que se desarrollan contra la gripe– que una intramuscular. La razón es que en los niños predominan las defensas llamadas ‘innatas’ que a menudo se alojan en las mucosas (tejidos que recubren órganos como la nariz), a diferencia de las ‘adquiridas’ de los adultos, que se estimulan mejor a través de la sangre.
Desarrollo más lento
Precisamente, este tipo de vacuna que los niños necesitan es más lenta de desarrollar que las que están ya en últimas fases de ensayos clínicos (todas intramusculares).
Pero hay otras razones de tipo coyuntural que explican el retraso de las vacunas de COVID-19 para los niños. Como se detalla en un reciente artículo aparecido en Nature, las vacunas que actualmente se encuentran en diferentes fases clínicas se están desarrollando en base a diferentes aproximaciones, desde las más tradicionales y conocidas hasta las más novedosas. Todas tienen ventajas e inconvenientes con respecto a la protección que ofrecen, o a las necesidades y velocidad de producción y distribución.
La mayoría de las vacunas en fases más avanzadas (las de Oxford, CanSino y Jansen) utilizan una tecnología novedosa basada en virus que no infectan a humanos. Dichos virus se modifican para que se parezcan externamente al SARS-CoV-2 y provoquen una respuesta inmunitaria protectora. El tipo de respuesta es variable y, aunque podría ser suficiente, no se han desarrollado pruebas en población infantil.
Utilizando una tecnología muy similar, pero con inoculación nasal, se están produciendo otras vacunas que aún están en fases muy iniciales. Otros métodos novedosos utilizan tecnologías basadas en el material genético (ARN o ADN), son más rápidas de producir y la mayoría se encuentran en fase III, es el caso de Moderna o Pfizer. Su eficacia, sin embargo, es más limitada, y en los sucesivos ensayos tampoco se ha incluido población infantil.
Los métodos más tradicionales, que han mostrado seguridad y eficacia en muchas de las vacunas establecidas, son los que utilizan el propio virus SARS-CoV-2 inactivado, como la que está desarrollando la firma privada china Sinovac Biotech. Otra estrategia utilizada habitualmente es atenuar el virus, pero lleva más tiempo, por lo que estas vacunas están aún en las primeras fases, aunque están demostrando ser más eficaces en la protección, generando una respuesta más completa y duradera, además de poder ser administradas nasalmente.
Los que saben no se apresuran
Hay otro aspecto a tener en cuenta, del que se hacía eco recientemente un artículo en STAT, y es la experiencia previa de las empresas en producción de vacunas. Sanofi y Merck, grandes compañías farmacéuticas expertas en desarrollo de vacunas, no cuentan aún con vacunas en fases avanzadas de desarrollo. Conocedoras de la complejidad e inversión requeridas, han optado por diversificar las estrategias, participando en consorcios utilizando diferentes tecnologías.
Sanofi ha apostado por una vacuna con material genético, similar a la de Moderna, pero aun en fase I y otra vacuna apoyada en tecnología utilizada previamente en su vacuna antigripal. Por su parte, Merck se ha basado en el desarrollo realizado previamente con la vacuna contra el ébola. Es importante recordar que la vacuna contra ébola ha mostrado ser eficaz en un amplio margen de la población, jóvenes y ancianos. La otra apuesta de la compañía es una vacuna a partir de otro virus atenuado con material genético del coronavirus, usando la misma tecnología que están desarrollando para el virus chikungunya.
Así pues, la combinación de una estrategia tradicional con un desarrollo en paralelo con otra estrategia más novedosa podría adelantar la salida a fases más avanzadas.
A pesar de la gran atención mediática que están recibiendo las compañías con vacunas en fases muy avanzadas, es más que probable que sean las empresas con ‘solera’ –como las mencionadas Sanofi o Merck– las capaces de desarrollar vacunas efectivas en niños. Ya que, como vemos, no es tan sencillo producirlas como parece. Aunque la situación es bastante frustrante y quisiéramos proteger a nuestros niños, en este caso se aplica el refrán: “Vísteme despacio, que tengo prisa”.
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