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LA CIENCIA, CON INTERÉS ENTRA


07 de enero de 2009

Fuente: La Opinión de Granada-E. Fuentes.

 

Se mueve como pez en el agua entre rayos y centellas. Pequeños, aunque no por ello menos acongojantes. Con él, el nuevo taller de Electrostática del Parque de las Ciencias se presenta, si cabe, como algo más llamativo.

–En el programa del hormiguero tienen una sección en la que un tal ‘Flipy’ realiza toda clase de experimentos químicos ante la sorpresa general del público; ¿qué le parece?
–Me han hablado de ello, pero la verdad es que no lo sigo. Conozco a uno de los guionistas que le asesoraba, pero no estaba muy contento con los resultados y acabó quemado. Recomendaba una línea de acción que luego no seguían.

Vicente López García muestra la reacción de uno de los artilugios del taller de Electrostática del Parque de las Ciencias. Ruiz de Almodóvar.La aventura del saber. Ser de letras resulta acomplejante al lado de Vicente López García. Pocas personas gozan de la habilidad de convertir las tediosas fórmulas y teorías de las leyes de la naturaleza en una apasionante aventura a escala, capaz de tirar abajo el labio inferior de cualquier espectador que se precie. Todo el Universo está contenido en esos particulares ‘cacharritos’, como el mismo los llama, que le han hecho famoso en media España y profeta en esta difícil tierra de la ‘malafoiá’. Unos temas, los del reconocimiento y la notoriedad, que nada significan para un hombre cuya felicidad es reconocer la comprensión del conocimiento en las pupilas de quien observa.

“Dichoso aquel que da la ciencia sin esperar nada a cambio”, podrían pensar algunos de sus incondicionales, personas que, por otro lado, no van desencaminadas. Vicente siempre conserva un as en la manga. Cuando se le pregunta por el potencial de la sorpresa, empleada como apoyo pedagógico, responde que, en estos tiempos de televisión y realidades virtuales, conseguirla con sus modestas ‘piececillas’ es poco menos que una misión imposible. Innovación constante.

“No creas que no es complicado. Prácticamente, ya sólo lo logro con el levitrón”, señala. Pero, suele guardar una bala en la recámara. Se trata de una carta que varía de sesión en sesión, un filón que nunca se agota. Vicente hipnotiza. Nadie sabe cómo lo hace, pero hipnotiza. Vocación, carácter, entrega, llámalo x. O y. No hay duda de que se entusiasma. Además, lo transmite, proyecta esta fuerza a los demás. Consigue enganchar a los observadores.

–¿Es simplemente pasión por la física?
–Seguramente. Hay que llevarla a todos los terrenos, no sólo al plano laboral. Es aplicable a la familia, a los amigos, cuando viajas, cuando hablas con el vecino, cuando sales de excursión…

Nació en una huerta de la Vega granadina. La suya era gente de letras. Su madre, maestra; su padre, abogado. Pues bien, a los once o doce años, Vicente guardaba como oro en paño en el domicilio familiar un pequeño armario atiborrado de ácido sulfúrico, nítrico y clorhídrico. Cuenta que su madre nunca le llamó la atención por aquello, algo que dicho así parece raro. Digamos que no se ajustaba a los márgenes de la normalidad infantil. Pasaba los ratos libres llevando a cabo experimentos con un grupo de tres amigos con las mismas intrigas empíricas.

Ya se sabe que Dios los cría y ellos se juntan. “Disponíamos de reactivos de todo tipo, al igual que bases Comprobábamos cualquier lección. La teoría no bastaba. Aunque también nos responsabilizábamos mucho en el uso”, matiza, a la vez que recuerda, de manera anecdótica, que la farmacia capitalina en la que adquirían estos productos aún sigue abierta – “prefiero no dar el nombre”, ríe–. Cree que es justo reconocer el apoyo de su tutor de Física y Química, un hombre al que recuerda como un adelantado a su época, pues las clases tenían lugar en el laboratorio. No oculta que le debe mucho. Le inició en este camino.

“Nos dejaba las llaves de la sala. Íbamos por las tardes, fuera del horario escolar. Confiaba mucho en nosotros, un factor que siempre funciona”. “Aprender también puede ser divertido”. ¿Alguien lo duda tras haberle visto en acción con su instrumental didáctico? Esta frase es la máxima que le ha acompañado siempre, en todas sus experiencias. Antes de ver cumplido el sueño de enseñar en un museo de ciencias, Vicente ejerció como profesor en varios institutos andaluces y hasta en Canarias:

“Me encanta el oficio. Cuando terminé la carrera en Madrid, tenía claro que me iba a dedicar a la docencia. Con mis alumnos no era diferente. Entrar en el aula era un motivo de satisfacción. Podía haber más o menos líos en el centro, pero al cerrar la puerta, siempre me sentía libre. Implicaba a los chavales, quería que fueran parte del proceso de investigación. En el laboratorio, no seguíamos un guión. Aprovechaba su curiosidad y les planteaba un tema a desarrollar con las teorías sacadas del manual. Les das las claves y los materiales, pero la construcción corría por su cuenta”. Queda claro que la letra, no con sangre, si no con interés entra.

Como en un juego. “No toda investigación es un juego, pero sí todo juego supone una investigación. El problema de los críos hoy es que se lo dan todo demasiado hecho. La manipulación es fundamental. Para un niño es más interesante mover un camión a su antojo, antes que a pilas”. “Uno puede divertirse trabajando, aunque el término correcto es disfrutar. Ojalá todo el mundo lo lograra. Siempre me lo he pasado muy bien con los alumnos. He entendido la profesión desde la participación y el apoyo mutuo. Cada hora de clase suponía una auténtica satisfacción”, dice el divulgador. Añade, no obstante, que la situación ha cambiado en los últimos tiempos, al convertirse la enseñanza secundaria en obligatoria.

Según señala, hay adolescentes que van al instituto sin interés, lo que genera problemas, pues esta circunstancia perjudica a los que sí quieren avanzar. “Antes, eran libres de ponerse a trabajar o de hacer cualquier otra cosa. Ahora no. Pero es un contratiempo que ha de resolver la comunidad educativa”, matiza. Tras 27 años en la enseñanza activa –trabajó en Málaga, Gran Canaria y la propia capital granadina–, a mediados de los noventa optó por trasladar sus explicaciones al Parque de las Ciencias, al que acudió cuando aquello aún era algo parecido a una quimera. Eso sí, llegó con un planetario casero bajo el brazo, un artilugio del que se sirve frecuentemente y al que guarda bastante cariño.

–¿Fue la primera herramienta que fabricó?
– [Ríe]. Qué va, todo lo contrario. La última. Siempre he procurado crear mis propios materiales. Iba a la ferretería, compraba y me ponía manos a la obra.

¿Retirada? Se jubiló hace cuatro años. Cuenta que lo hizo para ser más libre, no para reducir la actividad. Sigue colaborando con la institución en la que ha hecho realidad muchos de sus sueños divulgativos. “Ahora sin agobios, con la tranquilidad de entrar y salir a mi antojo”, remarca. Lo cierto es que no es raro encontrarle en el Parque, independientemente de la hora, el día o el mes. Disfruta del contacto con niños y adolescentes, una tarea que le lleva a sentirse un privilegiado.

–Viéndole, nadie diría que ha cumplido ya los 65.
–Es que trabajar con chavales, te mantiene joven. De eso no hay duda. En parte, sigo jugando. Creo que esto me lleva a seguir siendo un poco niño. Yo explico con mis ‘cacharritos’. Con ellos me dirijo a las personas. Los trato igual que hacía con mis juguetes de la infancia, buscando el conocimiento, las claves del funcionamiento, por qué se mueven y qué otro partido les podría sacar. Me encanta actuar así.
–¿Se jubilará algún día de verdad?
–Nunca. Serán los del Parque los que me tengan que mandar a mi casa cuando se den cuenta de que ya estoy chocheando.


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