Crean una empresa para proteger y comercializar el caracol chapa, en peligro de extinción
Fuente: US/Alejandro Ávila
Hasta que llega la primavera, nadie parece acordarse de ellos, pero, sí, ahí están los caracoles, trabajando silenciosamente, aireando nuestros suelos, dispersando el polen y sirviendo de alimento a otras especies.
El propio José Ramón Arrébola Burgos, investigador de la Universidad de Sevilla y uno de los mayores especialistas en caracoles terrestres del país, reconoce que el estudio de los caracoles no nació de una de esas grandes pasiones que algunos científicos parecen cultivar desde su más tierna infancia. Para él, todo comenzó con un congreso de malacología celebrado a finales de los ochenta en la ciudad justo al terminar la carrera: aquel evento académico le abrió los ojos y lo convirtió en el pionero en el estudio de caracoles terrestres de la Universidad de Sevilla.
Desde entonces, y teniendo en cuenta tan solo la última década, le ha dado tiempo a descubrir diez especies, por no hablar de “los ocho o diez caracoles que todavía no hemos podido describir”.
Arrébola describe la sensación de descubrir una nueva especie como algo “emocionante”, “ves por primera vez algo que no ha visto nadie (al menos no conscientemente), le pones un nombre y se convierte en una especie de hijo tuyo”. Su ‘primogénito científico’ se llamó Mastus pupa, la primera especie que identificó, pero no que describió como nueva, y su gran orgullo es Oestophora granesae, que lleva el nombre de su descubridora: su propia mujer.
Andalucía se ha convertido así en los últimos años en su base de operaciones, una región que destaca por sus endemismos, ya que se trata de “un puente con África”. Del género Iberus, por ejemplo, “se pueden encontrar todas las especies conocidas menos una”. Arrébola subraya que en la región hay unas 25 especies catalogadas como amenazadas y que algunas se encuentran en peligro de desaparición, incluso crítico. Por esa razón, la propia Consejería de Medio Ambiente decidió tomar cartas en el asunto y poner en marcha, hace más de diez años, el Programa para la Conservación y Uso Sostenibles de los Caracoles Terrestres de Andalucía, que dirige él mismo.
Entre los diferentes frentes de estudio abordados, buena parte de esa investigación se ha centrado en el estudio de dos especies: “la Orcuella, que es un caracol muy pequeño, y no tiene interés gastronómico y la chapa, que se captura como alimento. Este último solo vive en la Sierra de Gádor de Almería y su densidad de individuos está por debajo del umbral mínimo para que se pueda recuperar por sí sola, con lo que estaría abocada a la extinción si no se actúa”.
Por esa razón, ha creado su propia EBT o Empresa de Base Tecnológica, Heligemas, junto a los biólogos Ángel Cárcaba, Antonio Ruiz y Carmen Granés, para, primero,reforzar la población en la Sierra de Gádor en un proyecto auspiciado por Medio Ambiente y después ver vías para su comercialización mediante la cría.
El interés de la chapa, en ese sentido es enorme, “no solo por las características de su concha, su carne, su tamaño y su sabor, ya que come hierbas aromáticas, sino por los elevados precios que alcanza”, afirma.
“Como empresa todavía no estamos vendiendo caracoles. Nuestra primera producción será para hacer una suelta en octubre de unos 10.000 ejemplares”, asegura el biólogo.
El profesor Arrébola destaca que el objetivo es “favorecer el negocio y el autoempleo para la conservación”, creando una red de helicicultura en el medio rural con la aplicación de los conocimientos adquiridos en los últimos años. “es una manera moderna, novedosa y multidisciplinar de conservar y recuperar una especie en peligro de extinción”, concluye.
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