Jesús Vargas, científico de la Universidad de Málaga: “Las medidas para paliar la sequía, como restringir el agua en agricultura y turismo, son impopulares”
En lo que llevamos de 2023, ha llovido un 75 % menos que la media de los últimos 10 años. La situación es especialmente acuciante en Cataluña, que afronta la mayor sequía desde que hay registros. Jesús Vargas Molina, miembro del Observatorio Ciudadano de la Sequía, explica que ante estos eventos —que irán a más— debemos replantear la gestión hídrica.
Fuente: Universidad de Málaga
Los modelos de cambio climático no solo apuntan a un aumento en la frecuencia e intensidad de las sequías en las regiones del sur de Europa, sino que, además, habrá un descenso generalizado de los recursos hídricos en situaciones de normalidad.
Mañana el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación ha convocado una reunión de la mesa de la sequía, para evaluar el daño en el campo de la actual falta de precipitaciones. En España, el consumo de agua urbano supone en torno al 10 % y el 15 % de la demanda total (con variaciones en función de cada territorio), respecto al 10 % y 15% que utiliza la industria y el 75 % al 80 % que consume el sector agrario.
Hablamos con Jesús Vargas Molina, del Observatorio Ciudadano de la Sequía de la Universidad Pablo de Olavide y profesor de Geografía de la Universidad de Málaga, sobre el futuro que nos aguarda ante estas situaciones de escasez hídrica, más recurrentes e intensas, que han llegado para quedarse.
Según los datos que hemos conocido recientemente de la AEMET, acabamos de vivir el mes de marzo más cálido y con menos lluvias del siglo XXI. ¿Es algo extraordinario lo que estamos viviendo? ¿Hay que preocuparse por la situación?
En el conjunto de España, tanto el año 2021 como 2022, han presentado unas precipitaciones por debajo de la media, en torno al 90 %. Estos valores no son especialmente intensos, pero sí se empiezan a prolongar en el tiempo. A esto se añade que las temperaturas han estado por encima de la media (0,5◦C en 2021 y 1,75◦C en 2022). Este aumento de las temperaturas reduce la disponibilidad de los recursos hídricos al aumentar la evaporación del agua y la evapotranspiración de las plantas.
Sin embargo, esta situación ha afectado de forma desigual a los distintos territorios. Podemos diferenciar en la actualidad el norte peninsular, donde el descenso de precipitaciones ha sido menor, o incluso en algunos puntos de la cornisa cantábrica superiores a la media, y el sur peninsular, donde las precipitaciones han estado por debajo de la media.
La zona más afectada hasta ahora es Cataluña, que arrastra la sequía desde el pasado 2022.
En esta comunidad la situación es especialmente acusada, es donde en los dos últimos años se han registrado los descensos más importantes de precipitaciones. Tanto en el sur peninsular como en Cataluña, después de un otoño de precipitaciones insuficientes, el año 2023 ha comenzado seco y caluroso, especialmente en las primeras semanas de primavera. Esta es la época en la que se concentran gran parte de las precipitaciones anuales (junto con el otoño) y, además, se prevé un verano igualmente seco y caluroso. Por tanto, el comportamiento de las precipitaciones y las temperaturas en lo que resta de primavera van a ser determinantes para sofocar y agravar la situación actual.
Los científicos apuntan a que las sequías serán cada vez más intensas, frecuentes y largas.
Incluso en ausencia de sequía vamos a contar con menos recursos hídricos y, además, con temperaturas medias superiores a los valores normales. Esta es la nueva realidad climática a la que debemos adaptarnos.
¿Estamos preparados en España para esta situación?
Contamos con una dilatada experiencia en gestión de sequías. Cada demarcación hidrográfica tiene un plan especial de alerta y eventual sequía, cuyo objetivo es hacer un seguimiento del fenómeno a medida que este avanza para aplicar medidas progresivas y evitar así llegar a situaciones de emergencia. No obstante, la fuerte presión existente sobre los recursos hídricos en muchas demarcaciones hidrográficas, donde en ocasiones las demandas superan a los recursos disponibles, provoca que los efectos de las sequías sean mucho más intensas de lo que serían si no estuvieran sometidos a esas presiones tan intensas.
¿De qué forma se puede aliviar esa presión a los recursos hídricos?
La gestión de las sequías no puede hacerse de manera independiente a la gestión ordinaria de los recursos hídricos, y la adaptación al nuevo escenario climático pasa por disminuir la actual presión en la gestión ordinaria, para que cuando aparezca un período de sequía los sistemas de explotación puedan resistir mejor y con más garantías el descenso de las precipitaciones.
¿Es una preocupación para tratar de forma global o los países Mediterráneos en particular?
La sequía afecta a todos los puntos del planeta, aunque de forma muy desigual. Los efectos son muy deferentes, no solo por los valores climáticos, sino también por la vulnerabilidad de cada territorio y de la capacidad de adaptación a este tipo de eventos. En los países mediterráneos, se constata una disminución de las precipitaciones en régimen normal, un cambio en los patrones de precipitación por el que cada vez la lluvia se concentra en menos días y, además, con cierto retraso respecto a los valores medios. Este hecho también aumentará la intensidad de las lluvias torrenciales, al concentrarse gran cantidad de precipitación en poco espacio de tiempo, pudiendo dar lugar a inundaciones.
Con este déficit de precipitación y el descenso de los caudales de los embalses ¿Es una buena medida que no haya restricciones de agua para la población?
El mayor impacto posible de una sequía es el desabastecimiento a la población. El abastecimiento a la población se encuadra dentro de los usos de abastecimiento urbano, que incluye no solo el consumo de agua en los hogares, sino también el consumo en los comercios y actividades económicas de las ciudades y los usos municipales de agua, como en colegios, residencias y hospitales.
Por eso se recorta antes el consumo de agua para la agricultura
Los planes de sequía que he mencionado anteriormente proponen una serie de medidas paulatinas para evitar llegar a situaciones de cortes de suministro en los hogares. Por esta razón, los primeros recortes y prohibiciones se plantean para los grandes consumidores de agua, es decir, el sector agrario que es donde hay un mayor margen de ahorro.
¿Cómo afectaran estas sequías a las subidas de precios de los alimentos?
La sequía obviamente disminuye la oferta de producto debido a la reducción de la producción y eso indudablemente repercute en los precios si la demanda se mantiene. Especialmente en los productos de proximidad, puesto que, al estar conectados a mercados globales, la falta de producción en España se podría atenuar con las importaciones de otros lugares.
Esta sequía en concreto está afectando de manera global a gran parte de Europa y a esto hay que añadir el aumento del coste de la energía que repercute en los costes de producción, transporte y finalmente también en los precios de los alimentos, como ya estamos notando en España.
¿Y en la biodivesidad y los usos de la tierra?
La sequía afecta de manera especial a la ganadería y los cultivos de secano que no cuentan con aportaciones de agua de riego —cereales, olivo o vid— y, en segunda instancia, a los cultivos de regadío cuando se producen restricciones que merman las cosechas.
Un aspecto importante y que a menudo es menos tenido en cuenta es la afección de una sequía a los ecosistemas acuáticos, donde la falta de agua puede producir pérdidas importantes de biodiversidad y también al suelo, al potenciar los procesos de desertificación. Este es el proceso de pérdida de la capacidad productiva de los suelos, ambos problemas muy difíciles de revertir, pero de vital importancia.
¿Qué podemos hacer como ciudadanos para paliar esta situación?
Los ciudadanos debemos tomar conciencia de la importancia del agua, ya que es un elemento fundamental para la vida y el mantenimiento de los ecosistemas de los que nos proveemos y recurso clave en todos los procesos productivos. Además, el acceso al agua potable es un derecho humano declarado por Naciones Unidas en el año 2010. En los hogares debemos hacer un uso más responsable, algo que ya se viene notando en muchas ciudades españolas, donde la experiencia de sequías pasada ha aumentado la conciencia y la responsabilidad de la población.
¿Y las administraciones?
Deben equilibrar los balances entre la demanda de agua y los recursos hídricos disponibles, atendiendo a las previsiones de cambio climático, con el fin de reducir la presión sobre los recursos hídricos. Eso pasa indudablemente por un cambio de paradigma en la gestión que exigirá una reflexión importante en la que deben estar integrados todos los agentes económicos y sociales involucrados para evitar situaciones.
¿Qué medidas se deben tomar?
Para paliar la situación actual, se deben tomar medidas que pueden ser impopulares, fundamentalmente restringir el uso del agua para algunas actividades económicas como la agricultura o el turismo, la prohibición de llenado de piscinas y riego de jardines públicos y privados en las situaciones más extremas. Todo ello, encaminado a proteger los abastecimientos urbanos.
¿Estas sequías se pueden predecir?
Utilizamos las series históricas de precipitaciones para, en función del comportamiento pasado, tratar de saber lo que ocurrirá en el futuro. La dificultad es que el cambio climático está trayendo cambios en los patrones de precipitación, por lo que los registros históricos podrían no ser válidos para las situaciones futuras. Para ello, se establecen diferentes modelos climáticos, que con diferentes niveles de incertidumbre tratan de predecir las sequías futuras.
Todos estos modelos coinciden en señalar que en España las sequías serán más frecuentes, más intensas y más prolongadas. Aunque resulta muy difícil, por no decir imposible, vaticinar cuándo y con qué intensidad llegará cada una de ellas. Sí tenemos certeza de que en España sufrimos un período de sequía aproximadamente cada diez años.
¿De qué sirven a los expertos estas estimaciones?
Nos dice que la sequía es algo normal en nuestro clima y que debemos adaptarnos a la aparición de este tipo de eventos. No podemos enfrentarlas como una crisis cuando aparece el fenómeno, pues a pesar de la incertidumbre de los modelos, sabemos que otra llegará. Tenemos que estar preparados antes y prevenir y mitigar los posibles impactos previamente.
En el Observatorio trabajáis con equipos de ciencia ciudadana ¿Cómo abordáis este proyecto en una situación como esta?
La ciencia ciudadana incorpora a la población en los procesos de investigación, con la incorporación de conocimiento y saber no experto que resulta fundamental para comprender las diferentes percepciones, preferencias y actitudes sobre fenómenos complejos como la gestión del agua y la sequía, que afecta de forma desigual a diferentes territorios y actores sociales.
Con el conocimiento experto consolidado que tenemos sobre las causas climáticas y sobre la forma de gestionar el agua y las sequías, ahora tratamos de saber cuál es el conocimiento y la percepción de la población no experta sobre el uso del agua y las sequías, con el fin de analizar cómo las diferentes percepciones sobre estos temas condicionan la forma de apoyar unas medidas de gestión determinadas u otras.
¿Tenemos suficiente información sobre la situación de las reservas de agua?
En los últimos años las administraciones han abierto mucho el acceso a la información sobre gestión del agua y sequías, sin embargo, sigue apareciendo en diferentes formatos en función de cada una de las administraciones responsables. Los datos son poco accesibles para un público no experto. Nuestro objetivo es precisamente facilitar el acceso a la población y, para ello, recopilamos y homogenizamos los datos. Estos se ponen a disposición de las diferentes administraciones y existen geovisores interactivos que se pueden visitar en Observa Sequía.
La finalidad es que el debate público transcienda de los tradicionales agentes sociales con intereses legítimos —industria, ONGs o agricultura—. Las sequías son un riesgo que atañe al conjunto de la población, se trata de sociabilizar el debate. Por eso, necesitamos una población formada e informada.
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